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12 • octubre • 2023

7 min

Héctor Alterio: “Mi partido político fue el teatro”

Por: Alejandro Cruz
Héctor Alterio celebró sus 93 años con el espectáculo 'A Buenos Aires' y con un homenaje en el CCK. Actor de cine, teatro y televisión, emblema de la reconquista democrática, fue el protagonista de 'La historia oficial' de Luis Puenzo, primer film nacional en coronarse con la estatuilla de la academia de Hollywood y uno de los primeros en descorrer el telón de la apropiación de niños bajo la última dictadura. Un recorrido por su vida: sus comienzos en el teatro, el exilio y sus interpretaciones que pasaron a formar parte del archivo de la memoria popular argentina.

Durante el mes de abril, Héctor Alterio, el gran actor de infinidad de batallas ganadas, el maestro de la palabra; volvió al país para presentar, a sus 93 años, el espectáculo A Buenos Aires, que se presentó como su despedida en la ciudad en la que nació. Aquello fue, sencillamente, una fiesta de reencuentros. Cada función en el Astros tuvo algo de ceremonia, de un público emocionando de volver a ver a este señor cuyos personajes se instalaron en la memoria colectiva de varias generaciones. El actor y director Mauricio Dayub fue uno de los tantos que fueron a verlo. Al día siguiente publicó en sus redes una foto en el que estaba al lado del maestro. Escribió lo siguiente: “Como si de chico hubiera ido a una plaza y San Martín se hubiera bajado del caballo para sacarse una foto conmigo. Así me sentí anoche viendo a Alterio”.

Durante esos días, el ministerio de Cultura de la Nación le organizó un homenaje en la cúpula del CCK. Esa noche hubo un reencuentro cumbre que no pasó inadvertido entre los que colmaron el lugar: fue cuando Alterio se topó con Pepe Soriano, quien lo esperaba en la primera fila. Inmediatamente, todos los que estaban en el lugar se pusieron de pie tratando de retratar ese abrazo entre esos dos señores de andar despacio, caballeras blancas como sus impecables camisas y miradas cargadas de emoción. Varios actores, músicos y cantantes famosos se transformaron en especie de groupies tratando de retratar ese instante único. “Es como ver el abrazo entre San Martín y Belgrano”, soltó al pasar, y en perfecta sintonía con lo expresado por Dayub, Georgina Barbarossa mientras miraba ese encuentro cumbre entre Pepe y este señor criado en Chacarita que, en 1970, en la película El santo de la espada, hizo de Simón Bolívar y le tocó recrear aquel abrazo histórico con San Martín, papel a cargo de Alfredo Alcón, en la lejana ciudad de Guayaquil.

Lejos de pedestales y mármoles, hay que reconocer que este señor nunca se le ocurre vanagloriarse por ser el único actor argentino en haber trabajado en cinco películas nominadas a los Premios Oscar. Él, claramente, forjó a lo largo de su extensa trayectoria que abarca 50 obras de teatro, unas 150 películas y 10 series, un lugar único entre sus colegas y, fundamentalmente, en el público argentino que él mismo construyó. Alterio no es de esas personas que se regodean contando anécdotas de su vida. Seguramente, lo aburre. Tampoco apelaba a ese recuerdo en A Buenos Aires. Dirigido por su esposa, Ángela Bacaicoa, y apoyado siempre por el pianista Juan Esteban Cuacci, en esa propuesta recitaba poemas de su admirado León Felipe, rememoraba diversos tangos y sacaba a relucir las voces de otros poetas. Durante ese conmovedor relato, casi al pasar solamente hacía una mención directa a la película La tregua, la que motivó su forzoso exilio en España. El centro de esa propuesta escénica maravillosa no es él: son las palabras, los silencios, la banda sonora que lo interpelan y lo retratan. O, como le gusta decir, sus payasadas.

Héctor Alterio viene de una familia de inmigrantes napolitanos de clase media baja. Su padre murió al poco tiempo de nacer y a él no le tocó otra cosa que salir a ganarse el mango. En medio de ese panorama, los carnavales eran su momento preferido. Se disfrazaba y salía a la calle venciendo su propia timidez. “Me sentía feo y me ponía algo encima, algo distinto, y eso me proporcionaba a mí ser otro. Esa era una fiesta, pero una fiesta con una responsabilidad absoluta. Hacía todo eso para mí mismo”, reconoció en un reportaje realizado en Madrid, su otra ciudad, publicado en el diario La Nación.

A los 20 años se incorporó al movimiento Nuevo Teatro, que lideraban Alejandra Boero y Pedro Asquini. Aquella experiencia vocacional se prolongó durante otros casi 20 años durante los cuales se tuteó con infinidad de autores, directores, actores. Hasta que, superando prejuicios instalados entre los hacedores del teatro independiente y aquellos que formaban parte de propuestas comerciales, dejó su trabajo de corredor en Terrabusi, se casó y empezó a hacer televisión y cine. En un ciclo de grandes novelas que se hacía en el viejo Canal 7 participó de una versión de La tregua, que adaptó Aída Bortnik y dirigió Sergio Renán, con Ana María Picchio como la otra protagonista. Fue tal el éxito de aquello que se llevó al cine. Venía de filmar La Patagonia rebelde, dirigido por Héctor Olivera sobre un libro de Osvaldo Bayer que reconstruía episodios de las huelgas emprendidas por obreros del sur en tiempos del gobierno de Hipólito Yrigoyen y en la que actuaba Soriano; y Quebracho, de Eduardo Wullicher. Aquellos fueron dos títulos claves para los tiempos políticos del momento.

En 1974, Alterio estaba en el Festival de San Sebastián promocionando la película La tregua, que había sido nominada a los Oscar en el rubro dedicado a films extranjeros (la primera en habla hispana que disputaba ese galardón). Estando en Madrid su mujer le avisó que no podía volver. La Alianza Anticomunista Argentina, la tristemente famosa Triple A, había lanzado un comunicado en el cual lo condenaba a muerte. “Esperá un tiempo. Aguantate un mes, dos, a lo mejor esto pasa…”, le dijo ella desde Buenos Aires. En la capital española estaba hospedado en el Hotel Wellington con el resto de la delegación cuando el conserje le dijo que tenía que dejar el lugar por temor a que le pasara algo al resto de los pasajeros. Ese día, comenzó su exilio. Empezó a vivir en casa de amigos, en el suelo, en donde podía. Cuando la situación se complicó aún más en la Argentina vendió su Fiat 600, un departamento y su mujer llegó a Madrid con los dos hijos: Ernesto, nombre que le pusieron por Ernesto “Che” Guevara, de 3 años; y Malena, de 6 meses. “Papá, ¿en qué idioma hablan acá?”, le preguntaba su hijo devenido en gran actor como su hermana. En busca de trabajo logró ser parte de la película Cría cuervos que comenzaba a rodar el gran Carlos Saura. El primer día tuvo que hacer de muerto. Estaba tan nervioso que no podía calmar sus párpados. “Tomé varios whiskies, pero no lograba serenarme. Miraba a mis compañeros y suponía que ellos estarían pensando: ‘Mirá este argentino, ni de muerto puede hacer. Con tantos actores españoles en paro que tenemos aquí’, recordó en otro reportaje publicado en el diario El País, de España. Aquel film basado en la novela de Mario Benedetti, como otros trabajos suyos en el país, entró en perfecta sintonía con el momento político español tras la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975. Luego vinieron Un Dios desconocido, película de Jaime Chavarri por la que obtuvo el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián; El crimen de cuenca, de Pilar Miró; El nido, de Jaime de Armiñan; y Asignatura pendiente, de José Luis Garci junto a José Sacristán. Ese film fue censurado en nuestro país, ya en tiempos de la primavera democrática de Raúl Alfonsín y el parlamento final se convirtió en otro símbolo epocal.

Como parte de una gran y siniestra confusión, años después se enteró de que la razón de su prohibición por su trabajo en La tregua fue hacer de padre de un hijo homosexual, papel que interpretaba Oscar Martínez. “Lo que pasa es que usted elige mal las películas”, le dijo uno de los uniformados que participaron en la decisión de convertirlo en un “innombrable”. Como si fuera un gran chiste, u otra gran payasada, Alterio tiempo después fue parte de la película Adiós Roberto, el primer film argentino dedicado a una historia de amor entre dos homosexuales.

A 8 años de haber iniciado el exilio, Alterio volvió a pisar la Argentina. Luego de actuar en distintas películas, en 1984 María Luisa Bemberg lo convocó para Camila, otro film candidato al Oscar. Un año después, le llegó La historia oficial, de Luis Puenzo, que fue la primera película argentina en obtener un Premio Oscar en una ceremonia que se realizó en Los Ángeles un 24 de marzo, fecha clave en ese film que contaba los horrores de la dictadura y para la historia de nuestro país.

Volvamos al homenaje en el CCK que tuvo lugar en el año que se celebra los 40 de democracia en nuestro país. Allí se produjo otro abrazo de enorme carga simbólica: el que se dieron Ricardo Darín, con quien Alterio había trabajado en El hijo de la novia, otras de las películas ternadas al Oscar; y este señor de ojos claros, mirada inquieta y siempre dispuesto a escuchar al otro. Darín venía de participar de la ceremonia de la Academia de Hollywood en donde Argentina, 1985 se quedó sin el máximo galardón. En perspectiva, eso es apenas un detalle menor. Las dos películas, La historia oficial y la que narra las alternativas sobre el Juicio a las Juntas Militares forman parte de una misma trama contada en dos tiempos políticos distintos y en formas cinematográficas tan distintas como complementarias. “Para mí Alterio es un maestro, sin pretenderlo”, reconoció Darín aquella noche de homenaje.

En el imponente CCK el gran maestro, venciendo su propia timidez, dijo unas palabras. Recordó su paso por el movimiento Nuevo Teatro al mismo tiempo que afirmó su convicción de que la revolución debía venir de la mano de cultura. “Mi partido político fue el teatro”, aseguró ante una platea que lo escuchaba en respetuoso silencio. “Hoy nos enorgullece poder decirle al mundo que madres, abuelas, hijos y nietos lucharon y lo siguen haciendo por la justicia y la memoria. En nuestro país, tan lleno de contradicciones, ese eje es el hito más importante que podemos mostrar al mundo”, agregó este señor de 93 años que recordó a aquel muchachito flaquito y narigón andando en bicicleta por el barrio de Chacarita que encontró un “modo de hacerse un lugar en este vasto mundo haciendo que la gente se divierta con sus payasadas”. Como gritar a viva voz aquella famosa frase de “la puta que vale la pena estar vivo”, escena icónica de Caballos salvajes, que se convirtió con el tiempo en una especie de meme para sorpresa de él mismo.

Texto de Alejandro Cruz, publicado originalmente en Revista Picadero 46: "Teatro en democracia".

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