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02 • mayo • 2006

9 min

Gabriela Izcovich: De la narrativa al teatro

Por: Cecilia Hopkins
La actriz y directora Gabriela Izcovich logró singularizar su carrera dedicándose a la dirección de obras adaptadas por ella misma, basándose, principalmente, en textos narrativos.

La primera de estas experiencias de traslación a la escena fue la realizada en 1995 sobre textos del poeta Jacques Prévert, junto a su padre, Carlos Izcovich, en un espectáculo que se llamó Un poeta en la calle, al que le siguió la fusión de dos obras de Harold Pinter –Traición y Viejos tiempos– junto a Rafael Spregeldburg y Julia Catalá que denominaron Varios pares de pies sobre piso de mármol. Ya por su cuenta, Gabriela Izcovich encaró un año después la versión teatral de Nocturno hindú, novela de Antonio Tabucchi, experiencia que la animó a continuar alerta a la búsqueda de otros autores posibles de versionar. “En realidad, fue mi mamá, que es librera, la primera que me sugirió textos”, confía. De quien ya lleva estrenadas dos obras es del paquistaní-británico Hanif Kureishi: primero fue su novela Intimidad, y luego, Cuando comienza la noche, un texto que el propio guionista de Ropa limpia, negocios sucios (film de Stephen Frears) le confirmó que deseaba que llevara a escena, en el momento en que todavía lo estaba escribiendo. Siguiendo con una mecánica de trabajo que incluye, una vez finalizada la adaptación, la traducción al inglés para que los autores puedan evaluarla, más tarde adaptó Terapia, versión de la novela del mismo nombre de David Lodge, El mar, novela de María Fasce, argentina residente en España y, en marzo de 2006, La venda, de Siri Husdvedt. En todos los casos, Gabriela Izcovich (hasta el momento, siempre presente como actriz en todos sus montajes) mantiene un estrecho vínculo vía mail con los autores, quienes le hacen sugerencias sobre el trabajo, el cual hasta el momento mereció las siguientes distinciones, entre otras: Primer Premio Certamen Metropolitano de Teatro (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) por Nocturno hindú, de Tabucchi, y el Premio Teatro del mundo por la adaptación de la misma novela, Intimidad, de Kureishi (dirigida junto a Javier Daulte) y Terapia, de David Lodge.

-Como ocurre con otros creadores, tu teatro tiene muy buena recepción en Europa…
-En términos económicos, veo al país en un estado desastroso, pero en cuanto al teatro alternativo e independiente, la producción es, en general, muy buena. Lo digo, lamentando, por supuesto, que las cosas sean así. Paradójicamente, en Europa, donde los gobiernos invierten mucho dinero en cultura, no se encuentra la misma pasión puesta en el escenario, como ocurre aquí. Allá gusta mucho nuestro teatro y tal vez tenga que ver con la actividad que este le propone al espectador: en Europa los espectáculos están, escenográficamente, muy armados y aquí, como nunca hay posibilidades materiales, el espectador se ve en la obligación de completar lo que no se le da.

-¿Te interesan el cine o la televisión, como actriz?
-En relación con la pasión que se pone en juego y con la falta de medios, nuestro cine está logrando la misma fascinación que el teatro argentino fuera del país. Hay un mundo de guionistas y directores jóvenes muy interesante del que me gustaría participar. En cambio, la televisión no es un género al cual le dedicaría mi energía. Mi casa es el teatro: me gusta la elaboración lenta, artesanal, la relación casi familiar con los actores. Son ellos los que elaboran conmigo los textos, la composición de ellos siempre supera la obra escrita.

-Leyendo tu adaptación de Terapia, de Lodge, es posible encontrar una gran afinidad con el texto de Intimidad, de Kureishi…
-Las obras originales son muy diferentes en cuanto a su estilo literario, pero es cierto que puede haber puntos de contacto entre una y otra. En Terapia, sin embargo, me parece que Lodge presenta algo más que a un hombre en pleno conflicto matrimonial, como en Intimidad, porque creo que la crisis del protagonista es completa, se da tanto en lo laboral como en su vida afectiva. A mí me apasiona la situación del hombre en crisis. Me emocionó mucho leer Intimidad, por el modo en que sufría ese hombre. Tanto despojamiento me conmocionó. Porque en general, me parece que los hombres tamizan más sus experiencias y por eso les resulta más complicado encontrarse con el sufrimiento, con la posibilidad de expresarse.

-¿Qué le falta a la dramaturgia para que la literatura te convoque tanto?
-Pienso teatralmente. Pongo en funcionamiento un mecanismo que me hace registrar todo lo que pasa alrededor mío. Aquí somos tan expresivos, se grita, se llora mucho. En cualquier bar, escuchando a la gente, se me ocurren montones de ejercicios que después propongo a mis alumnos. Leer teatro me parece muy aburrido, en general. Me resulta un material muy poco descriptivo que no me dispara la imaginación. La narrativa, en cambio, me estimula porque encuentro muchas líneas de pensamiento en cada personaje. Y esto le da al actor infinitas posibilidades para procesar en escena.

-¿Podrías definir tu método de trabajo?
-No soy de teorizar, mis procesos están muy guiados por la intuición y me llevan mucho tiempo, se basan en una larga investigación. Siempre leí mucho y, cuando encuentro un texto que me interesa, enseguida empieza a funcionar mi cabeza teatral, para sacar a los personajes fuera del libro y hacerlos hablar, caminar. Tengo la necesidad de que la novela continúe en el tiempo, más allá de cuando uno cierra el libro. Tengo la suerte de quedar mucho tiempo vinculada a cada texto: la reescritura teatral dura unos 6 meses, el período de ensayos, unos 8 meses y, luego del estreno, normalmente hago funciones a lo largo de todo un año. Todas mis adaptaciones describen una línea de búsqueda muy personal relacionada con lo que considero que es la actuación.

-¿Cuál es esa idea?
-Me parece que tanto para el actor como para el espectador, la actuación constituye una vía de escape de la propia vida. La enorme diferencia entre la televisión y el cine y el teatro es la aparición de ese ser vivo que respira junto al espectador. Porque esa es para mí la forma de concebir el teatro, para ser visto en espacios reducidos, con actores y espectadores respirando juntos, embebidos en el mismo clima. Por eso mi estética nunca puede tener que ver con lo comercial. Por suerte no tengo un grado de conciencia, de intelectualidad u objetividad respecto de lo que hago. Me atraen obras que tengan un alto grado de compromiso emocional, que nada tienen que ver con ideas políticas o partidarias. Una característica de lo que hago tiene que ver con trabajar en espacios casi despojados. Eso hace que haga una puesta en escena muy simple y cargada de ideas al mismo tiempo. Me interesa contar con actuaciones muy potentes que llenen ese espacio vacío.

-En tus puestas hay actores que siempre están presentes, como Alfredo Martín…
-Sí, los actores son muy importantes en cuanto a los aportes que hacen a mi trabajo. El afecto de las personas que trabajan conmigo es un gran motor para mí. Uno podría preguntarse: ¿por qué mis actores hacen estas obras en las que ninguno de nosotros gana dinero? Todos ellos desarrollan otras profesiones para vivir… La respuesta es que el teatro que hacemos tiene que ver con buscar lugares de placer. Hasta se puede decir que, si uno tiene la inteligencia de conocer su problemática personal, el teatro es terapéutico. Claro que eso también pasa con actividades que se hacen por pasión o disfrute. Y esto jamás puede ocurrir cuando un actor tiene que interpretar papeles que no le interesan. Hecho de ese modo, el teatro no es gratificante: la creatividad no se puede concebir sin placer ni libertad. Prefiero ganarme la vida dando clases que trabajar bajo imposiciones. Hay textos que tienen más aceptación que otros, porque entre las novelas que tomo sé que hay algunos que no son para cualquier espectador. Esto pasa con La venda, sobre la novela de Siri Hustvedt. Fue un gran desafío llevarla a escena. Saqué elementos de un personaje para ponérselos a otro, transformé climas… Uno tiene que luchar siempre con el tiempo en el teatro, para condensar energías. Y potenciar, en algo más de una hora, lo que a la narrativa le lleva páginas y páginas. En teatro, un gesto puede sintetizar muchísimas palabras.

-La particularidad de tu escritura es que el proceso de adaptación va siendo monitoreado por el propio autor. En todos los casos, ellos vieron el producto. ¿Cómo es la reacción de los autores?
-En el caso de Siri, ella quedó muy impactada. Vino tres veces a ver la obra, la primera me dijo: “No sabés lo que se siente al ver a los personajes que uno creó salidos del contexto del libro”. A ella le produjo un placer muy grande ver que ese texto, tan relacionado con su biografía, reflejaba unos conflictos que ya estaban superados en esta etapa de su vida. En general, para el narrador es muy fuerte confrontarse con la versión teatral de sus textos. Con María Fasce, también sucedió algo parecido. En general, en las narradoras prevalece su sensibilidad. Con Lodge y Kureishi pasó otra cosa, tal vez porque se sintieron más atraídos por lo intelectual o lo anecdótico.

-¿Todos los textos que elegís tienen rasgos autobiográficos?
-Sí, porque me parece que la recreación de historias autobiográficas ofrece la posibilidad de encarnarlas con mayor verdad. Me interesa mucho apropiarme de historias que sé que están basadas en hechos reales. Me ofrecen algo vivencial muy importante. Siempre pienso que lo autorreferencial es más directo y cercano al actor. De Kureishi, por ejemplo, me impactó el grado de sinceridad hiriente que hay en su escritura, cómo se puede vomitar todo lo que se siente con un grado de verdad tan desgarrador. Además, todos los materiales que elijo siempre tienen que ver con algo que estoy transitando en mi propia vida. Por eso digo que lo comercial no tiene cabida en procesos como estos. Siempre estoy haciendo lo que necesito hacer, lo que me pide el cuerpo. A veces me pregunto cómo se hace para ganar dinero con lo que uno siente. Yo, al menos, no sé hacerlo.

“ROBO IDEAS Y LAS PLASMO EN UN ESCENARIO”
Fragmentos de una entrevista realizada a Gabriela Izcovich aparecida en 2005, en el diario catalán La vanguardia.

-Cómo definirías las diferentes adaptaciones que has realizado: ¿son absolutamente fieles al original, son interpretaciones, apuestan por la relectura personal…?
-Mis adaptaciones siempre son muy fieles en su temática y obviamente no lo son tanto en su estructura ya que se pasa de la narrativa a la dramaturgia. No se apuesta a una relectura personal. Generalmente son textos elegidos porque la identificación ha sido completa, entonces no hay relecturas, son lo que son. Robo sus ideas y las plasmo en un escenario.

-¿Por qué Kureishi? ¿Cuándo comenzaste a leerlo? ¿Qué encontraste en sus obras? ¿Qué es lo que te decidió a adaptar Intimidad?
-A Kureishi lo leí por primera vez al leer Intimidad. A partir de ahí me volví una ferviente lectora de su obra. Es curioso porque mientras iba leyendo Intimidad lamentaba enormemente que estuviese tan alejada de las posibilidades de adaptarlo teatralmente, y al terminarlo de leer, me senté a escribir mi versión. Yo nunca sé muy bien por qué hago las cosas. Las hago y luego, con el tiempo, pienso. Lo cual no siempre es una buena conducta. Creo que hay algo de la sinceridad de Kureishi que me atrapa y con la cual me identifico. Aquello que siento explota permanentemente. Y esto también es el comportamiento de mi creación. Esto que me pasa sucede y listo, más allá de interpretaciones o buenas conductas. Es así, ahí está. Tómalo o déjalo. En esto consiste Intimidad.

-¿Cómo fue el primer encuentro de Javier Daulte (con quien compartiste la dirección de la obra) y tú con Kureishi, en Londres? ¿Qué impresiones te causó el escritor?
-Fue muy gracioso, hace dos años. En esa época mi inglés era horroroso. Él nos invitó a su casa, y Javier, quien me conoce muy bien, me había pedido que fuera conciente de mi limitación con el idioma y que tratara de comportarme con cierta postura, que a los ingleses no se los interrumpe cuando hablan, etc. Yo lo escuchaba atentamente, prometiendo ser discreta. Javi tiene muy buen inglés, lo cual hacía que, al menos en ese momento, lo respetara mucho. Pero bueno, nada de eso sucedió. Hablé hasta por los codos, haciendo uso del inglés como si fuera mi propio idioma, cometiendo errores garrafales, mientras Javier mediaba para intentar normaliza un poco la cosa. Supongo que esto que nos hizo sufrir a todos, también contribuyó a que el encuentro fuera divertido. Hanif es también muy abierto y simpático, enseguida comprendí que trabajaríamos muy bien juntos.

-Kureishi estuvo en el estreno de Intimidad en Barcelona. ¿Cuál fue su impresión sobre el espectáculo? ¿Recordás sus comentarios?
-Cuando terminó de verlo, me acerqué y me dijo: “It’s a comedy!” (¡Es una comedia!). Supongo que le sorprendió que uno pueda reírse de algo que no es nada gracioso. Y eso creo que fue lo que le gustó. Pude ver que se sentía feliz con este espectáculo, que le gustaban los actores y su movimiento escénico.

-Kureishi es “el escritor de la inmigración” para muchos ingleses. ¿Cómo se refleja esa preocupación del autor en la adaptación de sus obras a un escenario argentino?
-Los dos textos que yo trabajé de él no van directamente hacia ese punto, como otras obras donde ese aspecto está más marcado. En el caso de Cuando la noche comienza, son personajes que pertenecen o han pertenecido, como es el caso de ella, a un sector más marginal.

 

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Texto de Cecilia Hopkins publicado en Revista Picadero 17 (Mayo/Junio/Julio/Agosto 2006).

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