Quizá el primer efecto que provoque La Lechera, de Carlos Correa, sea el de la hilaridad. Es imposible no reírse de asombro frente al duelo lenguaraz de los gauchos Sabino y Nolasco, o ante los trinos poéticos del pajarito, jalonados por los verssos de Leonardo Favio. Pero entre los pliegues de esa fronda verbal se va abriendo paso otra voz, que no por ausente es menos audible. La vaca que se disputan los personajes es quien rasga con su muda rebeldía el universo masculino de la obra. Y la aparición de esa herida, femenina y silente, es quizá, después de las primeras risas, el hallazgo mas sorprendente del autor. Patricia Zangaro