14 • agosto • 2023

📌 Argentina

Ganar la calle: el espacio público como escenario recuperado

Texto de Malala González, publicado originalmente en Revista Picadero 46: "Teatro en democracia".

Ganar la calle

Era un terreno propicio para festejar la democracia recuperada, el ámbito de disputa social por excelencia sobre el que se alentó la participación ciudadana… La calle, sí, pero ¿cómo ganarla? ¿Cómo hacerlo después de tanto terror?

Me gusta pensar que reapropiarse de ella significó una bocanada de aire libre, de salir a la superficie y respirar, un modo de reconstituir el tejido social, de volver a entramarlo. Y en ese gesto, las expresiones y prácticas artístico-políticas fueron clave para recobrarla como escenario. Volver a ponerle el cuerpo, reinventando las formas de habitarla con otrxs.

Hablar de la calle, o más específicamente del espacio público en la posdictadura, me lleva primeramente hacia atrás, cuando hace algunos años investigué sobre la labor de un grupo teatral que -nacido democráticamente en las elecciones del Centro de Estudiantes de lo que fuera la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD, hoy UNA), allá por el año 1984- se ocupó, justamente, de darle otros sentidos a esta espacialidad por entonces tan anhelada. Tanto me interesó esa actitud grupal de experimentación urbana que indagué cuáles habían sido esas acciones con las que supieron intervenir varios rincones de la ciudad, para así mapearlas, registrarlas, contar algo sobre ellas. La Organización Negra (en adelante LON) no sólo se había colgado emblemáticamente del Obelisco en 1989, sino que había tenido toda una primera etapa de acciones muy poco registradas, con las que había explorado el espacio público como escenario cotidiano apenas recuperada la democracia. Atravesado por la coyuntura cultural y política, el grupo fue fruto de aquel panorama social oscilante entre dos tiempos o estados: el terror –violencia (por el pasado reciente) y la fiesta-alegría (que traía el presente); es decir, el saldo y efectos negativos del tiempo dictatorial precedente, y el optimismo por lo que se reconquistaba. Ubicándose en el plano de la celebración por el retorno democrático, sin embargo, LON tomó una actitud más perturbadora, habilitando otras resonancias sobre su contexto, generando cierta acidez aguafiestas y de desagrado a partir de aquello que plasmaron poéticamente en la vía pública. Desde allí, sus prácticas performáticas desplegaron sentidos de una violencia no suturada, aún vigente y en carne viva, y la calle fue el medio, el escenario, para poder hacerlo. Simular un fusilamiento, vomitar la realidad, parar el mundo cuando nadie lo advirtiera, fueron esos gestos políticos desperdigados por esquinas, veredas, galerías comerciales, peatonales y semáforos de Buenos Aires. Allí LON proponía un shock sorpresivo en la mirada de lxs transeúntes que, interceptadxs ocasionalmente, eran vueltxs espectadorxs
desprevenidxs al -de pronto- cruzarse con alguna acción de estas; las cuales poco de respuestas ofrecían, y mucho de preguntasles advertían.

Y así como se habilitó un nuevo tiempo de búsqueda y experimentación, de volver a barajar los modos de producción y circulación artísticas -pienso en los roles y la interacción con lxs demás, en la creación colectiva y en cierta idea de presentación Vs. representación, incluso mediante una proliferación maravillosa de espacios under- la actitud grupal tomada por LON compartió ese ethos epocal y partió de un nihilismo poético en el que las convenciones teatrales también podían ser repensadas. Sin apelar a la palabra, ni a la empatía de quienes lxs miraran, proponían un vínculo diferente dentro de una situación teatral estallada, desde la cual era posible pensar al teatro, a la ciudad, a la política desde otras ópticas. ¿Quiénes eran? ¿Por qué hacían lo que hacían? ¿Cómo era ser espectadorx de algo que no anticipaban? ¿Cuándo empezaba y terminaba la acción? Y, claro, era un momento de mucha participación ciudadana, de efervescencia democrática, de ganas de hacer y de decir con el cuerpo, fuera sobre el asfalto o donde fueras, pero no dejar de hacer. Entonces, la calle, vuelta promesa de cambio, y el cuerpo grupal fueron soportes de esa indagación artística que, como decíamos, se ubicaba dialécticamente y en contrapunto con el clima de fiesta instalado socialmente. Mientras esto ocurría, en otro plano de acción menos punk, hubo otrxs que también emplearon artísticamente el espacio público, ensanchando la bocanada de sustrato democrático. En este sentido, vale mencionar a quienes llevaron adelante prácticas de teatro de calle más tradicional que, reforzando con empatía de lxs transeúntes esa vuelta a la calles, instalaban tablados efímeros y rondas por compartir. Con el Teatro de la Libertad, Diablomundo, el grupo Dorrego, entre tantísimos otros, reunidos también en el MOTEPO (Movimiento de Teatro Popular), aparecieron nuevas voces grupales en esquinas y parques de la ciudad, generando un ambiente lúdico y familiar, mediante otros modos de apelar a esa sociabilidad buscada en la participación social, la convivencia y la interacción ciudadana. Y, por supuesto en este sentido, lo que refiere a un hacer con otrxs -vecinxs, por ejemplo- huelga recordar aquellos inicios del teatro comunitario, como fueron los del grupo Catalinas Sur en La Boca. Allí el espacio público circundante se ocupó y revivió, allí el barrio y su gente comenzaron a aprehender esos modos de tejer relatos propios al (pre)ocuparse de ejercitar la memoria compartida, en un gesto de situar las prácticas y de hacer hablar a ese espacio desde su gente mediante una unión común a todxs.

Desde este doble panorama simultáneo de estados y procedimientos, el espacio público de los 80 se alejaba mucho de nuestra ciudad actual: tenía menos polución visual de publicidad, gozaba todavía de tiempos vacíos y de espera en un semáforo, Buenos Aires era otro escenario. Y es que por aquellos primeros años de la posdictadura pareciera que aún era posible una mirada capaz de detenerse, de querer llamar la atención y ganarles a las vidrieras. Un espacio para repensar y restituir el vínculo con lxs otrxs, cada cual eligiendo su modo para hacerlo.

De los muchísimos espacios públicos que se activaron con la acción artística, hoy poco queda de registro en ellos. Porque lo cultural intangible sostiene, refuerza y modifica a lo tangible pero, al mismo tiempo, se esparce al ser efímero por condición. Por eso vale la pena volver a estos momentos, situarlos y evocar las prácticas, para pensar a todas las ciudad que se guardan latentes como capas dentro de la ciudad actual. A partir de esto, me gustaría volver a cuando LON se colgó del Obelisco, acción que mencionaba antes. Esta performance resultó ser emblemática y me interesa recuperarla aquí a partir de que, considero, dio luz a aspectos de apropiación sobre lo urbano que, para ese momento de la “transición”, también marcaban un cierre y una clausura de una época. Fue, justamente, durante esos calurosos 22 y 23 de diciembre de 1989 que LON conquistó “la cima” del espacio público en la ciudad. Una acción antigravedad sobre el monumento que logró cautivar la mirada -hacia el cielo- de treinta mil espectadorxs, quienes pudieron disfrutar del espectáculo acostadxs sobre el césped de esas plazas aledañas, en ese poco verde que habita el Microcentro porteño. Mirar para arriba y ver las estrellas como telón de fondo, mirar para arriba y ver reptar a unos sujetos por la ladera del monumento, verlos danzar por el aire colgándose con tirolesas entre el fuego y el agua. Un espectáculo visual, sensorial que se alejaba del asfalto intervenido previamente en aquellas esquinas durante 1985, para ahora suceder completamente en el aire. Una imagen monumental que podría condensar parte de lo que fueron esos primeros momentos de posdictadura en donde el espacio público se conquistaba -a tal punto- que el arte había logrado intervenir cualquier rincón, hasta el más alto de la ciudad. Pero así como esa cima se alcanzó, luego el panorama cambió. Los 90, esa otra década tan alejada de intereses por preservar lo público, que arrasó con la res pública topándolo todo con una privatización que no dio tregua. Y entonces, casi antes de que ésta comenzara, ubicándose en el umbral de diciembre de 1989, esos locos del aire -figuras humanas pequeñitas en relación con el tamaño del artefacto- lo graban volar y caminar sobre una atmósfera enrarecida y desolada,y aun así conseguían encontrarse y abrazarse en el aire. Mientras tanto, los precios también volaban por las nubes y era imposible alcanzar a la hiperinflación. Una dialéctica corporal entramada a una ciudad de la furia, una postal enmarcada urbanamente que habrá quedado en la retina de quienes asistieron como espectadorxs en esas vísperas navideñas. Modos de pensarnos, de pensar a la ciudad y a su gente, a las conquistas que el arte logra y a los grandes problemas económicos a los que ya nos hemos acostumbrado. Así como La Organización Negra fue mi puntapié para pensar la resemantización del espacio público -luego vinieron más indagaciones en torno a la ciudad, al arte efímero y performático, a lo que entendemos por patrimonio, y a cómo nos vinculamos con la memoria en estos espacios, entre otros varios temas de reflexión teórica -práctica que continúo trabajando- no podría hablar de un solo espacio público en nuestra ciudad, sino de espacios que fueron moldeándose con el paso del tiempo y que, como en toda gran ciudad, fluctúan constantemente. ¿Qué pasaba por aquellos primeros años de los 80 y qué nos pasa hoy en la calle? ¿Miramos con atención el espacio público? ¿Qué vemos, cómo miramos? ¿A quiénes vemos y quiénes ya nos acostumbramos a no mirar, porque el Capitalismo sí que avanza en esta ciudad tan desigual?

El arte que interviene la ciudad para hacernos concientizar de lo que nos pasa, de lo que nos pasó, de lo que vendrá. Modos de hacer hablar a las paredes, a las fachadas, a las veredas, a sus árboles, a los parques, y más. Y desde allí, defender el arte que nos hace comunicar. Porque, hay tantos tiempos dentro de la ciudad que ¿qué tiempos son los que acarrea, propone o instala la obra que en ella ocurre y la interviene? ¿A qué modos de mirarla, luego, me invitará? Así como lo intangible es parte del modo de ser la ciudad y va cambiando con el paso del tiempo, los modos en que se ha recuperado y vivido el espacio público, también son contingentes. Y por eso pienso ¿en dónde quedó esa fiesta de aquellos años, esa efervescencia de salir a la calle a generar posibilidades, nuevos sentidos?, ¿dónde la encontramos?, ¿cómo hacemos para practicarla en un espacio que es eminentemente “social” (y con ello quiere decir “con otrxs”, es decir con y por otrxs)? En definitiva, vuelvo a la pregunta inicial, la calle sí, pero ¿cómo recuperarla? O mejor, ¿cómo no perderla como espacio de expresión, de memoria? En los 80 algunas prácticas supieron dar respuesta a esto, hoy sigue siendo un desafío.

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