25 • noviembre • 2022

📌 Río Negro

Pablo Otazú: “Ser imprescindible es muy complejo”

Entrevista de Alicia Tealdi publicada en Cuadernos de Picadero N° 41: Imprescindibles de la Escena Nacional.

Pablo Otazú

En 2021 el Instituto Nacional del Teatro presentó un ciclo de conversaciones con destacados referentes de la escena teatral del país, que se emitieron a través del canal de YouTube bajo el nombre "Imprescindibles de la escena nacional".

Luego de los saludos de rigor, en los que se comprende claramente el afecto y el respeto mutuo. Otazú inicia la conversación reflexionando sobre el nombre del ciclo.

Pablo Otazú: Me apabulla un poco esta cuestión de los “imprescindibles” porque es muy taxativo, capaz que me hubiera sentido mejor, no sé, con “necesario”. No le voy a cambiar el nombre a un programa del INT, pero ser imprescindible es muy complejo. Me gusta ser un trabajador. En la provincia tenemos muchos imprescindibles. Yo soy un agradecido de formar parte de esta comunidad teatral en la provincia de Río Negro. Hemos trabajado mucho, en forma conjunta. Con muchos compañeros nos conocemos desde hace cuarenta años. Todo el proceso que se ha gestado en Río Negro es muy importante. Haber generado circuitos, un espacio para que los compañeros puedan circular, tener laburo, tener lugares para mostrar lo que hacen. Patagonia es súper amplia. A veces asustan las distancias. Tenemos unos espacios tremendos con muy poca gente viviendo. Para llegar de un pueblo a otro hay que recorrer muchos kilómetros.

Alicia Tealdi: Estás hablando de un teatro itinerante como una característica del teatro rionegrino ¿podrías encontrar alguna otra particularidad? ¿Hay un teatro rionegrino?
Pablo Otazú: Hay una búsqueda de la identidad provincial. Somos una provincia joven igual que el resto de las provincias patagónicas. Un rasgo que nos caracterizó es la ausencia de dramaturgos, entonces, trabajamos desde la autoría colectiva, con temáticas locales. El paisaje va formateando la cultura, te va formateando, creo que en el escenario se ve esa impronta. Yo estoy en Luis Beltrán, provincia de Río Negro, en una sala llamada Teatro El Galpón, creada en 1988 y administrada por la Asociación Cultural Grupo Libres. Vivo en un pueblo chico, de 8000 habitantes, trabajamos acá desde hace 36 años. En nuestra sala hay 150 localidades, está muy bien equipada. Buscamos trabajar comunitariamente.

Alicia Tealdi: ¿Cuándo empezaste a hacer teatro? ¿lo encontraste o él te encontró a vos?
Pablo Otazú: Cuando era chico, yo soy de Viedma, hacíamos teatro como familia para los vecinos que se venían con su sillita. Armábamos un escenario y actuábamos para ellos. Tengo imágenes, pero no recuerdo muy bien cómo era. Sí, sé que a los 10 años andaba cantando. También lo hice en radio, en Viedma. El teatro lo retomé en el secundario. A los 17 años hice El herrero y el diablo la montó una señora que era de Bahía Blanca y que fue muy importante para la comunidad. Estudié en La Plata y ahí también hacía teatro. Luego volví a Beltrán, ahí no había salas.

Alicia Tealdi: ¿Cómo llegaste a Beltrán? ¿Y cómo se armó el Grupo Libre?
Pablo Otazú: Tuve una historia personal compleja. Pero para resumir en el lugar donde estaba no había posibilidad de seguir los estudios y en Beltrán había residencia estudiantil. Así que ahí me quedé. Y no me fui más. Podía ir a otro lugar, pero volvía siempre. Con respecto al grupo, tanto Hugo Cognigni como José Reverte (de Gaimán) fueron los que convocaron allá por el 82 u 83. Ya en 1984 hicimos Los Mirasoles. Ese año se conforma el Grupo Teatro Libre. Fue un proceso interesante, nadie era director, hacíamos obras tradicionales pero la gente respondía. Siempre teníamos la sala llena. En aquella época el pueblo tenía 4000 o 5000 habitantes e hicimos diez funciones en una sala de 800 butacas, llena. Eso era meter mucha gente, venían de otros pueblos, son siete, en la comarca distanciados entre sí entre unos 10 o 12 kms. Luego empezó a tallar Hugo Aristimuño con una propuesta más vanguardista. Mari mari huinca (1985) que se representó en el Nacional, en ese momento se hacía en el teatro Cervantes. Trabajamos ahí la migración mapuche a las ciudades (de aquella época es Gerónima, la película que hizo Luisa Calcumil); la transculturación que sufren los pueblos originarios cuando van a una ciudad. Dominga era una Machi que vivía en Carmen de Patagones y trabajaba con un psiquiatra, atendiendo a sus paisanos porque de otra manera, la cosmovisión mapuche no se entendía. Ella nos contó muchas historias mientras nosotros investigábamos a la par de ese trabajo lo que le pasaba a la gente de campo, cuando llegaban a lugares poblados no solo a las ciudades. Nos contó que llegó a Valcheta una chica que se descomponía siempre, que vomitaba. Cuando empezaron a investigar se dieron cuenta que era el aceite; en el campo no fríen con aceite, fríen con grasa de avestruz, de guanaco o de cordero, esas temáticas y otras más graves, atravesaban la obra. Para nosotros fue un impacto como grupo porque no solo estábamos cambiando nuestra estética, metiéndonos en profundidad en el mundo del teatro, aprendimos muchísimo y creo que ahí nos profesionalizamos. Además, se produjo un rompimiento del grupo. Muchos no aceptaban esa forma de trabajo. Luego hicimos Aqueronte también con temática rionegrina. Buscamos material, trabajamos con gente de campo. Pero reemplazamos al personaje del mito que era un guitarrero por un político. Con esa obra volvimos a ir al Cervantes. Insisto, un gran impacto porque es un pueblo chico.

Alicia Tealdi: Vos hablabas de la gran convocatoria cuando hacen este grupo, cuando cambiaron los procedimientos, las propuestas ¿cambió esa convocatoria?
Pablo Otazú: En esa época todavía no teníamos el galpón y estrenamos la obra en un regional en Río Colorado (no existía el INT). En Beltrán se había inaugurado la primera radio AM de la zona y ahí teníamos un programa, hacíamos radioteatro, dábamos noticias de teatro, hacíamos reportajes. Entonces que el grupo de Beltrán se haya consagrado, haya sido elegido para ir al Nacional… todo el pueblo estaba revolucionado; era la primera vez que el ambiente cultural/artístico tuvo esa representatividad. Teníamos un galpón en donde representábamos Mari Mari… primero venía el número circense, luego la obra de teatro. No terminábamos la primera función y ya había gente haciendo fila para la segunda. Convocatoria teníamos siempre, hasta el 2001 en que se quebró el país y la participación se quebró en todos los sentidos. Después de esa época, empezamos a decaer con el público. Nosotros teníamos un promedio de 100 personas en el teatro, en una sala de 150.

Alicia Tealdi: ¿Cómo fundaron el teatro? ¿Cómo fue el proceso y cómo decidieron hacer un lugar para recibir a los compañeros de la actividad?
Pablo Otazú: Hay una cuestión ideológica y otra laboral. Con respecto a la primera, tomamos el teatro desde lo social. En el pueblo, el vecino tiene que ser el vecino del teatro, saber qué estamos haciendo cuando cerramos la puerta y nos quedamos ahí encerrados. Tuvimos períodos de retiro, cuando investigábamos o hacíamos obra. Al principio, cuando empezó el INT, nosotros no pedíamos subsidios porque pensábamos que así le quitábamos la posibilidad a un compañero. Nosotros solucionábamos todo con la comunidad. Íbamos al carpintero y le decíamos -¿nos podés hacer una tarima?- Y él la hacía porque era parte de la comunidad. Y, a veces, ni iba al teatro, pero sí se enteraba de que en el teatro estaban montando una obra y necesitaban una tarima, o íbamos a un comercio a pedir… Ese intercambio hizo que duremos 36 años y que tengamos un teatro nuestro, no del estado. Con Hugo Aristimuño hacíamos música, teníamos una banda. Y muchas veces salíamos a dar la vuelta al perro. Un día vimos el galpón y Hugo dijo “Éste va a ser nuestro teatro.” Solo tenía las paredes, pero era propiedad del municipio y el intendente nos dio bola, así que nos dieron un comodato a 99 años y empezamos a meter cosas ahí. El gas, la luz, lo pusieron los vecinos; un gasista conectó la red de gas, otro trajo los caños… Cuando apareció el INT lo pudimos mejorar.

Alicia Tealdi afirma que es una hermosa sala y que tienen lugar para recibir a los elencos, ha estado muchas veces en el Galpón y siente que es como su casa, cuando va a Beltrán; el teatro trasciende lo artístico, o tal vez, la palabra “arte” se expande.
Pablo Otazú: Creo que es una particularidad de nuestros teatros por una necesidad, los viajes son de muchos kilómetros cuando hacés una gira. Claro que esto generó también la posibilidad de cenar juntos, charlar, tomar un vino. Es un camino de amigos el que se genera. Ahora bien, yo prefiero ser un trabajador de la cultura. Cuando me preguntan si soy artista, digo “no sé”, no me lo pregunto demasiado. Sí, sé que soy un trabajador de la cultura y que la cultura es mucho más abarcativa que las expresiones artísticas. Cuando se trabaja con el teatro desde lo social, o desde la salud, la gente se siente protagonista y toma de otra manera un tema escabroso. No es terapia, pero es terapéutico. A veces un momento protagónico a una persona le cambia la vida. Me parece que es central instalarse en un lugar: la teoría del arte situado. Situarse en el lugar donde trabajás, saber quién es tu comunidad, qué características tiene, cómo va a reaccionar, eso es muy importante. Si vengo a Beltrán con un teatro súper vanguardista que la gente no va a entender… No olvidemos que estamos luchando contra la televisión, que está en todas las casas y ése es el formato que la gente te pide, uno ligero. Yo no tengo ganas de que pasen estas cosas, pero tengo que ir despacio, construir juntos, ése es el camino más difícil, pero yo quiero tomar ese camino.

Alicia Tealdi aprovecha con mucha inteligencia el lugar por donde va la conversación y a partir de un modo de construir la conversación le dice – Se ve tu pasión. Hablemos de La Pasión.
Pablo Otazú: Estábamos en un momento particular, se había ido Hugo Aristimuño. Una etapa de encierro, de estudio, de perfeccionamiento, nos metimos muy pero muy adentro. Recibimos la visita de una señora de la iglesia. En la plaza hacían pesebres vivientes y querían hacer algo más grande para Semana Santa. Ella nos dijo que había visto una puesta de la Pasión en Madariaga. Yo me fui para allá a ver de qué se trataba. Y me detuve en el fenómeno social que se producía. Era equivalente a los carnavales que trasforman todo el pueblo. Luego fui a ver dos propuestas más, una en Tandil y la otra en Tucumán, ambas en las sierras, ambas majestuosas. Eso sí, no hacían teatro, los actores hacían fonomímica. Y yo soy un hombre de teatro, me puse a escribir, estuve viendo diversas posibilidades. Armé unas viñetas, como postales, cuadros que empezaban y terminaban y un hilo conductor que era un paisano, un viejo criollo y una murga, su carácter es contestatario y a mí me permitía decir lo que quería decir. Esa puesta que armamos se hizo durante diez años. Después yo me cansé de hacerla ( y nadie la tomó, estaba lista). Iban personas de los siete pueblos. Es decir, iba todo el mundo. Las murgas cada vez eran más numerosas, se vino la de Río Colorado, se sumó la de San Antonio, hacíamos una murga recontra poderosa. Transformamos algo religioso en un acontecimiento artístico-social.

Tealdi le consulta si participaba la gente del pueblo.
Pablo Otazú: Sí. Era un entrecruzamiento de todas las clases del pueblo, al principio eran 60 y luego terminaron siendo 250 personas, se fueron sumando. Ibas por las calles de Beltrán y te ibas cruzando con la gente que salía de sus casas con vestuario, del personaje que le tocaba. Luego nos empezaron a pedir continuidad porque esto era algo que se hacía una vez al año. Así que hicimos una adaptación de El conventillo de la paloma fue una adaptación porque participaban más de 60 personas. La clave del teatro comunitario es que nadie se quede afuera.

Tealdi consulta por otro fenómeno: el Galponeando, ¿cómo fue esa experiencia?
Pablo Otazú: Una de las tareas del grupo tiene que ver con dar clases. Durante mucho tiempo di clases para adolescentes y me gustaba, cuando se podía, y se pudo muchas veces, llevar al grupo de adolescentes al provincial para que vieran otras cosas y para hablar de las obras. Pero una vez tuve un grupo de seis chicas, eran todas chicas, que me dijeron que querían ir a competir. A mí no me parecía adecuado para un grupo en formación así que les propuse que armaran un encuentro. Y vaya que lo hicieron, se lo pusieron al hombro. Vinieron siete grupos, la mayoría de Roca. Hace 16 años que existe el Galponeando. Laura Vinaya tomó la posta y lo continúa haciendo con su impronta. Hoy reciben a 150 pibes de todo el país. Están una semana juntos. No compiten y generan un manifiesto al final del encuentro.

Alicia Tealdi dice que “es muy impactante la voz de nuestros jóvenes atravesados por el teatro con mensajes clarísimos que a los adultos nos cuesta escuchar”. Es evidente que hay una mirada, una pasión por la fiesta, por el encuentro con el teatro como herramienta de transformación ¿Cuáles son las ventajas de elegir hacer teatro en una localidad pequeña? ¿Hay alguna ventaja en la elección?
Pablo Otazú: Yo tengo espíritu pueblerino. No cambio un pueblo por una ciudad. Voy a trabajar, sí. De hecho, he trabajado mucho en Fiske Menuco, pero el pueblo me inspira. Yo fui funcionario público de la provincia, del municipio y lo que siempre me inspiró fue generar expectativas a la gente, que a nivel cultural, suele tener pocas alternativas porque la televisión le formatea la cabeza. Para mí es lo más nocivo que tenemos. Yo no quiero una industria cultural, personalmente sé que existe, sé que hay que trabajar en ese camino, pero para mí ese concepto te lleva a la película Tiempos modernos de Chaplin. La generación en masa de artistas. Yo quiero salirme de ese lugar. Yo quiero que en mi pueblo la gente haga teatro en las plazas. Creo, como decía antes, en eso del arte situado. Acá en Beltrán se dio un fenómeno con ciertas características similares a El Bolsón, viene gente de ciudades, sobre todo de Buenos Aires. Y de pronto te dicen “Yo soy vanguardista, hago teatro en Buenos Aires y me va bien”. Pero allá viven doce millones de personas, acá viven ocho mil y tienen un concepto estético distinto que quien viene de la ciudad. Tenemos que amigarnos con el espacio en el que vamos a trabajar. El espacio como una cuestión territorial, tiene que verse como una totalidad. No es solo geografía, es geografía humana. Hay gente que vive en el territorio y tiene sus conductas moldeadas por el paisaje. Yo elijo el pueblo por la cercanía con el vecino y porque quiero ver cómo se transforma el vecino, si es que se puede. Tal vez tenga una mirada un poco paternalista, pero es mi mirada, yo construyo así. Las veces que estuve como funcionario público nunca armé un programa desde mi escritorio, lo armo con la gente, con las colectividades, me senté con ellos. Construir con el otro no es lo mismo que construir para el otro. Porque “para el otro” es mirar desde arriba y “con el otro” es señalar que estamos juntos y vamos a equivocarnos juntos y a ponernos contentos juntos cuando logremos algo. Por eso yo hago teatro en el pueblo. Por otra parte, creo también que se pueden hacer buenas cosas desde lo artístico. Nosotros, como grupo, hemos sido representantes de la provincia muchas veces en festivales nacionales y nuestras obras anduvieron por distintos países. Necesitás mucha pasión y mucho laburo, pero la ventaja es ésta: saber que lo que vos no sabés, lo sabe el otro. Entonces le vas a golpear la puerta a ese que sabe y lo traés a Beltrán. Beltrán tiene lugar para que se sientan bien.

Te has desarrollado en todas las facetas posibles – afirma Alicia – actor, director, productor, gestor, funcionario; es este oficio de teatrero que te obliga, en cierto modo, a cubrir un montón de roles. Así hacemos teatro desde el vestuario hasta las luces, pasando por vender los auspicios, ¿En dónde te sentís más cómodo?
Pablo Otazú: Es difícil lo que me estás preguntando. Me parece que en donde me siento más cómodo es en la dirección. Para mí el director es el espectador número uno y a mí me gusta mirar teatro. Yo disfruto mucho cuando estoy dirigiendo. Pero creo que el desafío más grande es el del actor. Me agarra mucho miedo cuando actúo, la exposición es compleja, difícil, querés hacerlo bien y te vienen todos los miedos. Uno tiene que respetar mucho al actor cuando dirige, porque está en carne viva ahí. Sino, lo lastimás para siempre, así que hay que cuidar a los actores y a las actrices.

Alicia Tealdi: Como tenemos que ir cerrando, me gustaría que mencionaras maestras o maestros en tu camino.
Pablo Otazú: Sin duda, mi mayor influencia fue Hugo Aristimuño. Trabajé mucho con él, aprendí mucho, discutí mucho con él. Mi construcción fue muy autodidacta. Pero algunas personas fueron Pinty Saba de Mendoza, Víctor Arrojo de Mendoza, Paco Giménez. Algunos han estado en encuentros nacionales y los he podido escuchar, como José Luis Valenzuela del cual aprendo mucho leyéndolo y, además, he tomado clases con él y colaboró en un trabajo mío. Son muchos, por ahí tengo problemas con los nombres… Raúl Serrano, el método de las acciones físicas me quedó súper grabado. Carlos Gandolfo, muchos, Gabriela Otero, ella vino a dar seminarios y fue una compañera muy importante para nosotros. Y lo sigue siendo.

Alicia Tealdi: Para cerrar, un tema complejo, pero te pido que dediques alguna reflexión al teatro en pandemia.
Pablo Otazú: Me acuerdo que en mesas de discusión, Salvador Amore, que también fue otro de los maestros, decía que desde la época de los romanos se afirmaba que el teatro se venía muriendo pero finalmente no se murió. El teatro tuvo muchos embates, de hecho, en la dictadura prohibieron una pila de cosas, pero se convirtió en un espacio de resistencia. La pandemia fue un hachazo que nos tocó vivir y se reaccionó como se pudo. Yo soy docente entonces estuve en otra situación, pero los compañeros que viven del teatro no pudieron trabajar y el estado no reaccionó como debió. Yo me peleé con legisladores provinciales porque no reaccionaron a tiempo y no declararon la emergencia cultural, lo que perjudicó muchísimo a los compañeros. Hubo algún paliativo, pero no fue suficiente. La provincia pudo haber hecho algo y no lo hizo. En cuanto a la cuestión artística le buscaron la vuelta, empezaron con el streaming y trabajaron desde plataformas. Algunos, como yo, que somos más estructurados decimos que eso no es teatro porque el teatro tiene que tener presencialidad, pero es una forma nueva y hay que trabajarla y terminaremos aceptándola porque es un formato que les permitió a los compañeros, trabajar. Ahora, el teatro independiente tiene una cuestión negativa en este mundo de la industria cultural porque si no sos conocido, no garpás. Entonces, los compañeros hacían streaming, pero ¿cuánto recaudaban? Antes de cerrar me gustaría decirles a los compañeros de otras provincias que para mí es un orgullo estar en la provincia de Río Negro, en la actividad teatral independiente porque la provincia es generadora de mucho. Es lo más democrático junto con la docencia. Hay grupos en todos lados, es una red. Vos estás haciendo teatro en Bariloche y yo sé lo que estás haciendo. Y vos sabés lo que hago yo. Tenemos una enorme diversidad cultural y, perdón por ser reiterativo, pero el paisaje no es el mismo, entonces no es lo mismo lo que hace alguien de la región andina que un valletano. Esa diversidad me hace sentir orgulloso y la red, que es una característica de esta provincia. No es así en todos lados. Es la provincia patagónica que más grupos tiene y que más teatro independiente tiene. Aquí no hay teatro estatal. Somos todos independientes y eso es maravilloso.

Luego vienen los agradecimientos de ambos, al INT y mutuos. Y un abrazo a los teatristas de la Argentina, que la sigan peleando porque el teatro resucita siempre. Felices de pertenecer a este mundo mágico y fantástico.

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