LLEGÓ

LA FIESTA
NACIONAL

DEL TEATRO

17 • octubre • 2022

📌 Río Negro

Luisa Calcumil: “Para mí el arte es riesgo, tal vez lo aprendí duramente, pero lo aprendí”

Entrevista realizada por Oscar Sarhan, publicada originalmente en Revista Picadero 44.

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Dentro de su Colección El País Teatral, la Editorial INTeatro publicó "Teatro Étnico-Popular", una compilación de piezas teatrales de la actriz, dramaturga y directora de Río Negro Luisa Calcumil.

“Buena madre tengo, buen padre tengo, buenos abuelos tengo, por eso nuestro Dios me mira con agrado. Mujer blanca no soy, gente de la tierra soy. Hija de Calcumil. Luisa es mi nombre, actriz que avanza con el decir de mi gente. Soy de una tierra del sur, antiguamente llamada Fiske Menuco (Pantano Frío) y que hoy lleva el nombre de General Roca…”.

Así se presentaba, en las Primeras Jornadas Mapuche de Barcelona 2002, la actriz, directora, dramaturga y cantora popular Luisa Calcumil. Dos años antes, en París, en La Sudestada, Festival de Cine Argentino, dijo sobre la película Gerónima: “Ojalá este trabajo permita conocer y reflexionar sobre la realidad de tantos pueblos que, desde tiempos antiguos, soportamos el atropello, la injusticia y la desconsideración”. Luisa Calcumil cree que el teatro implica riesgo, enfrentar los límites propios, ser capaz de crear situaciones y contar una historia con mínimos elementos, en espacios convencionales y no convencionales. Sus obras, por lo general escritas por ella, la cuentan como protagonista. Uno de sus recursos y desafíos más frecuentes es transformarse frente al espectador en distintos personajes.

En cuarenta años de trayectoria, con su camioneta la “Calcumóvil”, llegó a ciudades, pueblos, parajes, campos, escuelas, salones comunitarios, bibliotecas y universidades. “Hoy he venido a ofrecer mis manos para acariciar la mañana como el rocío a la alfalfa a buscar en tus ojos la esperanza de los que riegan la tierra con sus lágrimas”.

-¡Cuánto camino transitado, Luisa! ¿Qué pensás de lo transcurrido?
-Me emociona porque recuerdo mi infancia, a mis padres, a mis hermanos, este barrio en el que me crié y donde estoy envejeciendo. Siempre con la posibilidad de poder imaginar e invitar al juego para vivir historias, recrearlas. Eso viene de la familia, aun cuando mis padres no fueran artistas. Pero vivían en solidaridad. Siempre nos arreglábamos de una manera u otra para recibir a nuestra gente que llegaba al Vvalle, por trámites, por trabajo o por cuestiones de salud.
Mi padre les decía: “Andan caminando todo el día, con chicos. Se está haciendo de noche. Quédense acá”.
Mi casa, humilde y todo, desde que recuerdo fue un lugar de llegada y cobijo. Esas historias de gente, y que escuchaba, fueron las que me abrieron este universo maravilloso. Me encantaba saber que existen tantos relatos por contar como personas. Nunca perdí las ganas de seguir jugando, de emocionarme, al pensar un mundo mejor.

-En aquella infancia ¿ya imaginabas un camino dedicado al teatro, a la música?
– Para nada, porque no sabíamos del cine, sí de la música, de la radio, de las cantoras. Mi madre era una mujer simple que hacía sus cosas cantando. Armaba cantando, juegos en el patio. Y no era para exhibirse, sino porque era parte del hacer. Esa alegría natural con la que vivíamos, fue más tarde la expresión que tomé y que sumé a lo que fui aprendiendo.

-¿Cómo se componía tu familia?
– Mamá, papá, cuatro hermanos, y el abuelo paterno que vivió muchos años con nosotros. Y después, la gente que pasó siempre por mi casa y que, de un modo u otro, formaban parte de la gran familia que fuimos. Esto último es lo que más marcó mi vida. Ver a mi mamá y a mi papá bailar, cantar, celebrar. O que me permitieran entrar en los velorios que se hacían en las casas. Todo eso alimentaba mi mundo. Y como, ya de muy chica era comedida para atender a los niños y a la gente mayor, disfrutaba mucho esos momentos que, si bien eran de dolor, yo a todo le ponía una sonrisa. Me asombraba lo que pasaba, la emoción, lo dramático que era. Ahora, cuando pienso en ello, me conmueve recordar que me permitían quedarme en esos velorios sin ninguna recomendación. Sin tanta palabra, había un entendimiento que tenía que ver con la confianza, no solo conmigo, sino con los vecinos, con los familiares. Nosotros de niños trabajábamos a la par de mamá, papá y el abuelo. Primero hacíamos el pisadero y luego el adobe que utilizaríamos en la nueva piecita que se agregaba a la casa. Fuimos muy estimulados. Nos animaban a hacer las cosas, con palabras de aliento, con cariño. Me siento orgullosa de haber crecido en esa vida comunitaria. Fue un trabajo aprendido que luego continuaría en el teatro independiente. Y es que todo me causaba asombro, en todo quería colaborar. Recuerdo que mi mamá solía decirme cuando me veía tan atenta: ¡Yya estás con la boca abierta mirando! Pero es que me atraía todo. Y me ganaba ese lugar siendo niñera, o acomodando las cosas en reuniones familiares, en ceremonias de honda emoción. Agradezco haber tenido la mamá y el papá que tuve, humildes, trabajadores, de raíz mapuche y que me dieron alas.

– ¿Cuándo comienzan a transformarse en arte esos recuerdos de los velorios, de los juegos en el barrio, de la familia?
– Fue un proceso largo. Me acerqué al teatro luego de tener a mi hija y a mi hijo. Mientras tanto cantaba, participaba en situaciones espontáneas. También la escuela fue un lugar de expresión. Las maestras nunca dejaron de subirme al escenario. Con ellas aprendí títeres y teatro. Por eso mi cariño y agradecimiento a la escuela pública. Al teatro fui por casualidad. Ya estaba de novia con Omar, mi marido, el padre de mis hijos. Fui con él. Pero me pareció tan solemne, tan hierático, que decidimos irnos. Era más lindo conversar y darnos besos que ver teatro. Hasta que una vez, una amiga querida me comentó que deseaba empezar clases de actuación, pero que no se animaba, por lo que decidí acompañarla. Eugenio “Tano” Felipelli era el maestro de aquellas improvisaciones que yo miraba ese día desde la platea. “Ahora te toca a vos”, me dijo. A lo que respondí que no me gustaba el teatro. Insistió en que subiera al escenario. Lo hice y todavía no me bajé.

– ¿Qué implica ser cantora?
– El canto ceremonial, los recitales compartidos en los que a menudo participo forman parte de la narrativa que construyo. Me permiten recrear las fábulas, replicar los cuentos y la historia. Ese empeño desde la ética es para mí, ser cantora. Y se fue volviendo más fuerte porque la gente me convocaba. Siempre tuvimos una linda sintonía en cada invitación. Mi trabajo no prosperó por grandes publicidades, sino por los comentarios de la misma gente. Del boca en boca. Y en eso soy agradecida, porque fue posible gracias a la voluntad de hombres y mujeres organizados. Yo crecí con ese entusiasmo que se armaba.

-En este camino dedicado al teatro, al cine y a la música ¿dudaste alguna vez de hacerlo sin tus raíces mapuches?
– No. Siempre quise estar desde el lugar que construí a partir de mis raíces. El teatro fue el espacio para el juego, ese universo donde yo podía escribir los recuerdos de infancia y recrear situaciones con el otro.

-Gerónima, el filme de Raúl Tosso, te tuvo como protagonista y marcó un antes y un después en tu trabajo ¿Qué pensás de la transculturación, presente en ella?
-Me interpeló profundamente la historia de Gerónima. Llegué a ella a partir de una amiga muy querida, Nuris Quinteros, que fue quien propuso mi nombre a Tosso. Hasta ese momento había cosas en las que yo no había pensado, no tenía conciencia de ello, como el desarraigo, el despojo, la humillación y el abandono. Fue una etapa muy importante en mi vida personal. Pero agradezco haber sido abrazada por mi compañero y mis hijos, que no me dejaron sostener sola todo lo que devino con el suceso de la película. Fue fuerte lo vivido y lo transité con la responsabilidad debida al tener una familia.

– ¿Cuál es el concepto que tenés de artista?
– Desde siempre me consideré una actriz del teatro independiente y, como tal, muy ligada a mis compañeros. Ya mis primeros unipersonales planteaban cosas sobre mi identidad, desde mi imaginación y mis propias contradicciones. Para mí el arte es riesgo, tal vez lo aprendí duramente, pero lo aprendí y me arriesgué mucho en poder echar luz sobre lo que nos pasa a los seres humanos.

-En todos estos años que nos conocemos, he visto cómo cuidás celosamente tu legado. ¿Alguna vez sentiste agobio por esta responsabilidad?
– Agobio no, pero sí gran preocupación y cuidado. He filmado siete películas, pero a otras siete, les he dicho que no, porque pienso en mi gente, en mi familia, en nuestra región. No solo como mapuche, sino como mujer de esta época. Pero también con esos pudores que nos han ayudado a vivir y a convivir. No me siento con traumas. Voy entendiendo la vida con esa voluntad de escuchar y percibir por dónde me lleva la huella. Y está claro que por los lados vertiginosos, artificiales y brillosos, no voy. No elijo nada que me haga perder mi sensibilidad por lo simple, por lo auténtico.

-Tus trabajos en la película Caleuche, la nave de los locos, de Ricardo Wullicher, en obras como Es bueno mirarse en la propia sombra, Alma de maíz, La tropilla del Ruperto… todos son atravesados por una misma temática, por una dramaturgia común. ¿Te planteaste alguna vez cambiar esa dirección?
– No. Nunca tuve esa necesidad, ya que mi teatro se basa en la mirada de mi gente. Con los grupos que creé y en los que participé, compartíamos esta sensibilidad. Lo hice con La Hormiga Circular, de Luis Beltrán, o bajo la dirección de maestros y directores como Hugo Aristimuño. Siempre que se presentó la posibilidad de compartir, feliz lo hice. Me encanta trabajar en grupo. Recuerdo experiencias maravillosas como una temporada que hicimos con la obra Artistas de patio en Mar del Plata. La vida ha sido muy generosa conmigo, por eso soy agradecida del camino y de los compañeros y compañeras que encontré en él. Agradecida de haber tenido una vida intensa. Y eso no se planea.

-¿Qué significó para tu vida el encuentro con Aimé Painé?
-Yo diría ¿qué no se resignificó a partir de haberla conocido, de haber trabajado como su asistente? Nunca pensé que íbamos a tener una relación tan noble, tan limpia, tan lúdica y tan entrañable.

-Cuando hablamos de diversidad cultural también hablamos de despojo, de desarraigo, ¿qué pensás de esto?
– Los métodos de exclusión y de sometimiento han cambiado, se han sofisticado. Antes no teníamos tanta tecnología ni tantas herramientas;, sin embargo, siento que había más libertad y solidaridad. Cuando miro el pasado, es para rescatar lo mejor, para que nos ayude a seguir adelante. Como mujer siento que debo estar atenta y ser una más.

-¿Qué creés de las distintas manifestaciones artísticas que toman a la cultura mapuche como eje de la creación?
– Es importante que existan distintas miradas y que se logren expresiones diversas. El pueblo indígena y no indígena, tiene su capacidad, su sensibilidad para rescatar y sentirse o no identificado con algunas cosas. Aquellas que están entrañadas en lo que fuimos y somos, el mismo tiempo las va poniendo en relevancia o las va borrando. Lo otro va quedando. No en vano mapuche significa gente de la tierra. Y la tierra sigue estando. Sigue amaneciendo, sigue anocheciendo. Necesitamos que siga lloviendo.”

-¿Qué importancia le das a las nuevas tecnologías en tu obra?
-Yo soy actriz. El hecho vivo y el público es esencial para mí. El teatro es encuentro. Lo demás es ensayo y, cuando baja el telón, ya es recuerdo. Eso único, singular e irrepetible que genero con mi propio instrumento, el cuerpo, es lo que me hace sentir plena. Por eso cada función es diferente, porque existe algo construido desde la platea y la escena.

-¿Cómo es tu relación con el teatro antropológico?
-Lo conocí después de haber hecho Es bueno mirarse en la propia sombra. Fue esclarecedor asistir al Primer Encuentro Internacional que se realizó en Bahía Blanca, con la presencia de Eugenio Barba. La gente que conocía mi trabajo me impulsó para que participara, aun cuando yo hacía un unipersonal y el encuentro era para grupos. Recuerdo aquello con mucha emoción porque, al otro día de haber actuado, Eugenio Barba, antes de empezar su clase, tuvo para conmigo palabras de agradecimiento y reconocimiento. Saber lo que es el trabajo antropológico fue tomar más conciencia de mi teatro.

-¿Las preguntas que hoy tenés respecto al arte, se asemejan a las de antes?
-Creo que ya no. Me siento en un momento de mucha tranquilidad por el camino andado. Ahora, creo que mi labor es trasladar todo lo que he aprendido. Quiero dárselo a los jóvenes, a mis colegas, a quienes les interesen las herramientas de las que me nutrí. En estos momentos estoy asistiendo a tres compañeras actrices que han venido con una propuesta para actuar. Allí estoy dirigiéndolas y entrenándolas. La vida me da mucho más de lo que yo había imaginado y lo recibo con dignidad, que es decir respeto por el otro. Soy digna a partir del respeto que tengo por lo que hago y por cómo me relaciono con los demás. Eso es lo que más siento que quedó conmigo de lo que fue mi infancia, mis trabajos como niñera o como obrera en una fábrica de conservas. Cuando debía cuidar a mi hermano, lo hacía con alegría para que mi mamá pudiera ir a trabajar. Luego, como maquinista, lo mismo. Hacía reír a mis compañeras, les cantaba, les actuaba y en la hora de la comida les escribía sus cartas de amor. Entonces, siempre ha sido bonita la vida conmigo.

-¿Quién habita en Luisa, una duenda, una machi, una ñaña?
-Para mí, es una ñaña, es decir una madre. Machi fue mi abuela, a la que tuve la posibilidad de conocer, de estar y de despedir también. El rol de machi es muy delicado, muy noble. Y no es que una misma se designa como tal, sino que lo hace la vida, los aconteceres, los sueños, las señales extraordinarias. Yo he tenido una vida asombrosa, agradecida. De mucha generosidad de la gente que conocí a lo largo del tiempo, de buenos maestros que modelaron mi ética, mi conducta actual.”

-¿Las culturas vernáculas pueden ser un camino alternativo para la gente?
-Creo que lo valioso y genuino es que cada uno piense sus antepasados. Y que de esos recuerdos, de esos sueños e ideas que le puedan venir, trate en lo posible de sentirlas como propias de otro lugar. Llegan a nosotros para respondernos lo intangible, lo que no se vende ni se compra. Son esas ideas las que darán una humanidad mejor, que aprenda a cuidar el planeta, a respetar lo diferente, a ser conscientes de que estamos de paso, que no somos dueños de nada. Sentirnos rebaño. Lo digo en el mejor sentido. Ir con los otros y no que alguien nos lleve, sino que, ir con los otros.

-¿Como una veranada?
-Eso. Como una veranada.
(Canta) “Que esta tierra era de Dios, me dijo mi padre un día, que era de Dios y era mía y no tenía patrón. Dijo no ver la razón de tener miedo que alambre, ya que la tierra es tan grande y es herencia del paisano. Hoy, de prepo, echaron mano hasta donde duerme mi padre.”.

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