LLEGÓ

LA FIESTA
NACIONAL

DEL TEATRO

05 • julio • 2022

📌 Argentina

Lucas Martinelli: “La función del arte más aceptada hoy tendría que ver con deslizar nuevos regímenes de sensibilidad”

Entrevista realizada para el Cuaderno Picadero N°40 del Instituto Nacional del Teatro.

Lucas Martinelli I

Licenciado en Artes y Doctor en Estudios de Género por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Entre 2019 y 2021 fue Becario postdoctoral del CONICET. Es profesor y Compilador del libro: "Fragmentos de lo queer. Arte en América Latina e Iberoamérica" (2016). Es Coordinador de la Comisión de Géneros y Sexualidades de AsAECA. Publicó sus trabajos en distintos medios gráficos y digitales, de Argentina y el extranjero: Anfibia, Encuadra, entre otros. Su ensayo: Rondas nocturnas. Sexo, reclusión y extravío en el cine argentino, resultó ganador del IV Concurso INCAA-ENERC, y se publicará durante 2022. Actualmente, se desempeña como docente de Análisis y Crítica del Cine en Artes-UBA.

-¿Te parece que podría usarse un “marco teórico queer” para hacer una lectura de la Historia de las Artes (o producciones “estéticas”)? ¿Cuáles te parecen que podrían ser sus resultados o conclusiones? ¿Hay antecedentes (en la pintura, escultura, teatro, etc.) que con la mirada actual podrían merecer la categoría de Queer, disidente?

-La construcción de un marco teórico Queer para pensar la historia de las Artes es posible porque los Estudios Queer y los Estudios de Género surgen en un contexto en el cual el revisionismo histórico sobre la mirada patriarcal y heteronormada -la presunción de que todes somos heterosexuales como régimen político- se vuelve indispensable. La posición central de los varones blancos, heterosexuales, CIS y burgueses para imponer una perspectiva sobre la Historia en general y la del arte en particular, empieza a ser cuestionado. La construcción histórica de las representaciones, las obras y los modos de mirarlas se impugnan y se ponen en crisis desde estos nuevos intentos de reconstrucción que intentan ser más amplios y abarcativos en contra de las borraduras de la mirada histórica, para trazar nuevos modos posibles de entender cuáles son los cuerpos que también obraron la historia.

Entre nosotres, la teoría Queer viene a funcionar como un término que aglutina las identidades sexuales no heterosexuales, pero que al mismo tiempo cuestiona la noción misma de identidad, al señalar un grado de negatividad conceptual con su uso. Su potencia al mantenerse en inglés y no traducirse, tiene que ver con que esas identidades están ligadas a los márgenes de la sexualidad instituida culturalmente (la heterosexualidad) y además a otros tipos de márgenes, como los márgenes culturales, económicos o sociales, y a las corporalidades cuyas capacidades, inscripciones, matices y volúmenes se escapan de las formas más hegemónicas y naturalizadas de ver los cuerpos en los medios de comunicación.

Queer viene a ser una noción que mantiene la idea de abyección, confín y límite respecto a aquello que se mantiene dentro de la norma. El término -sin traducir al español- mantendría ese carácter de disrupción por no estar ligado a una identidad fija. Lo que busca es un horizonte en el cual puedan albergarse mundos posibles. Es un anglicismo aglutinante de identidades que remite a un gesto de carácter político. En mi opinión, lo imposible de traducir con el sentido de esta palabra, es la referencia a lo que queda por fuera de los estándares de normalidad en la sociedad: la heterosexualidad, la clase y la racialidad. En las universidades y en las calles hicieron rugir esta palabra en la articulación de un discurso legítimo para demostrar que la teoría se hace con la calle. La palabra que se había usado de manera tan denigratoria, se podía usar para hacer justicia.

En el mundo del arte, en los últimos años, lo queer se ha vuelto casi una categoría estética o herramienta analítica, un marco desde el cual observar producciones que se relacionan con la sexualidad como desestabilización o desobediencia. Lo que una obra queer debería traer a la sociedad es la incomodidad original que trae el término. Felipe Rivas San Martín, en Chile, hizo su performance Diga Cuir con la lengua afuera, en la que repasa la dificultad e incomodidad ante la pronunciación. Diego Falconí Través, en Ecuador, asocia el cuir con el cui, ese bicho doméstico que vive en Quito y se come empalado. Una lectura de la historia del arte desde la comprensión de lo queer es algo que muches venimos pensando hace algunos años. Desde un modo de construcción colectivo, hay un grupo que para mí es de lo más interesante, me refiero a Micropolíticas de la desobediencia sexual en el arte (radicado en la Universidad de La Plata) con investigadores, artistas y curadores que activan distintas instancias de divulgación estos cruces y han hecho diferentes muestras, libros, publicado tesis y artículos.

Para pensar una lectura general, es posible remontarse hasta al erotismo subyacente en los apolos griegos, o incluso, la homosexualidad de Leonardo Da Vinci y pensar qué modos disidentes de encarnar determinados proyectos creativos pueden ligarse con este tipo de miradas. Lo que ocurre es que estos marcos teóricos como perspectiva para observar los objetos y las obras se sistematizaron como campo de estudios y teorías en la década del noventa.En nuestros contextos, como discurso crítico, estos antecedentes ya existían de otras maneras. Para mí el representante directo e ineludible es  Néstor Perlonhger, el poeta y antropólogo. Me gusta pensar, como decía la Rosa Perlongher, que los nombres son señas de pasaje antes que bautismos ontológicos. Esto me acerca a la potencia de la palabra queer porque aparece allí una apuesta a la desestabilización constante de la noción estanca de identidad.

Hay siempre en estos temas un problema con el marco teórico, porque pensar de antemano el marco con el cual se está mirando podría llegar a arribar conclusiones previas que condicionarían el acercamiento a las obras. Efectivamente, la centralidad del patriarcado, y la heteronorma es algo que hay que tener en cuenta, pero no puede ser el único modo de acercarse a reflexionar sobre las obras en la historia. El trabajo de la perspectiva queer tendría que ver con revisitar, construir nuevos archivos, pensar nuevas cartografías, temporalidades, conexiones en lo que es el trazado histórico de una genealogía artística, pensar qué pudo decirse y qué pudo verse en determinada época, y qué puede oírse, verse y pensarse hoy al volver a los archivos del pasado.

Habría que diferenciar algo: una cosa es mirar las obras con una perspectiva queer, desde allí se puede observar casi cualquier tipo de obra. Y otra pregunta es si las obras serían portadoras de determinada mirada queer en su poética, construcción o perspectiva. Y ahí es más fácil considerar que las obras desde los noventa, por ejemplo, pueden incorporar algunos aspectos filosóficos y estéticos de las teorías queer como forma de construcción de sus objetos poéticos. Puedo pensar por ejemplo en Alfred Hitchcock y The Rope (La soga, 1948) que habla sobre la homosexualidad, pero de un modo que está vedado o mostrado de manera oblicua, podría pasar por oculto. La película también es un plano secuencia falseado, eso que parece una captura de espacio tiempo homogéneo está trucado por el montaje, hay algo oculto ahí también en la forma como parte de su armado.

Convergen tanto algo que tiene que ver con lo que cuenta la obra -un amor entre muchachos- con algo que aparece como mirada queer -esas sutilezas y operaciones-. Si bien, hay cierta cuestión ligada a la censura -de algún modo por medio de su director y su época-, se habilita algo que puede verse mejor hoy con la habilitación de las posibilidades del decir histórico. Por otro lado, puedo pensar en el Hitchcock director y los relatos sobre su personalidad homofóbica y misógina, y desde allí volver a preguntar si hay algo de esa mirada que aparezca en la obra o no. Pensar cuáles son las preguntas que puedo plantear a la historia teniendo en cuenta esas informaciones. Qué contradicciones habilita tener en cuenta esta información. Me parece más interesante que cerrar de por sí lo que una obra dice sobre algo, a menos que haya una declaración muy explícita.

Después tenemos casos concretos y más cercanos en el tiempo y el espacio donde vuelven a convivir esas dos perspectivas (la mirada queer de las obras y la mirada queer que pueden hacerse sobre ellas), estoy pensando en obras de las Serigrafistas queer donde hay algo de la teoría de lo queer ligado a la política y la producción de obras de manera muy directa y explícita que se vincula con el estado de construcción de esas obras y los discursos políticos que traen. Los materiales con los que trabajan, los espacios donde se muestran sus producciones, todo apunta a cierta pregunta por lo queer que para mí es muy genuina y legítima. Especialmente por el modo colectivo de producción.

Por otro lado tenemos lecturas que se pueden hacer sobre las obras (en el presente o sobre el pasado), sobre algo que no está de manera evidente en la obra, pero esa mirada puede arrojar luz y brindar nuevas posibilidades para pensar. En este caso pienso en la obra El baño de Roberto Plate, que fue conocida por serla impulsora de la clausura de lo que la historiografía denominó “Experiencias 68” en el Instituto Torcuato Di Tella. Una obra que puede reverse hoy a la luz de la teoría queer porque esta teoría, por ejemplo desde la perspectiva de Paul Preciado, cuestiona la espacialidad arquitectónica de toda una sociabilidad fundada en la idea de los baños para varones y mujeres con sus especificidades. Esta obra, de algún modo, se anticipaba (sin proponérselo, ni saberlo) a la posibilidad de que la separación de los baños e intimidad por género sea pensada como un dispositivo del poder.

Luego tenemos muchas obras que convergen de manera directa con la perspectiva de la teoría queer desde algo que está en las obras e intenta ser didáctico, pero tal vez para analizar sus obras sea más interesante ir hacia otro tipo de teorías que aquellas que ya están insertas allí, pensarlas desde otras configuraciones. Porque sino se piensa a las obras de los artistas desde exactamente los mismos parámetros que los artistas están pensando. Y no sé qué sentido tiene esto para quienes hacemos teoría y cuál sería el diálogo posible que podríamos establecer.

-¿Qué vínculos formales encontrás entre estas nuevas estéticas/prácticas y el arte contemporáneo, conceptual, performático? ¿Se corre el riesgo de que estas prácticas al ingresar en un Museo pierdan su potencial crítico? En el caso que sean prácticas en la esfera pública: ¿Cómo se podría refundar “el reparto de lo sensible”?

-Hay vínculos y correspondencias entre estas estéticas, prácticas del arte contemporáneo y performático con cierto fenómeno o imaginario ideológico de época que en los últimos veinte o veinticinco años se ha logrado institucionalizar. La cuestión de las sexualidades está empezando a ser parte de un sentido común y un campo de saberes que es mucho más expansivo que en otros momentos de la historia. A pesar de eso -no hay que ser inocente o parcial-, existen y conviven muchos modos normados de pensar a los cuerpos y las sexualidades que se mantienen en la esfera pública y en momentos de mayor desprotección gubernamental estas ideas conservadoras se vuelven feroces y violentas para cuestionar las libertades adquiridas.

Yo creo que los movimientos de mujeres que irrumpen en el 2015, con el Ni Una Menos, como un modo concreto de aparición en la esfera pública de un posicionamiento fuerte de género, han venido a transformar de manera radical lo que puede pensarse y decirse hoy en día. Son procesos de transformación muy lentos. Habría que pensar que quienes trabajan con los estudios queer en Argentina, conocen y conforman los estudios de género, otro término que si bien es otra invención trae una construcción histórica de ciertas preguntas, problemáticas e hipótesis de larga data: el lugar de las mujeres en la historia, la posibilidad de ser pensadas como sujeto activo de conocimiento. Son temas que hoy en día parecen viejos para las nuevas generaciones, pero necesitaron muchas discusiones y luchas en los campos académicos y callejeros para ser hoy nociones básicas que se expresan en cosas como el cupo o preguntarse por las artistas mujeres que exponen en los museos. En este sentido, creo que en los últimos años estas estéticas, teorías, se anudan de un modo que en otro momento no existió; es algo para celebrar. A su vez, permiten que el sujeto pensante del feminismo sea más amplio y tenga derivas más interesantes, nuevos problemas, nuevos cuestionamientos, nuevos modos de encarar los posicionamientos institucionales.

Por otro lado, para traer otro ejemplo puedo pensar en un artista como Andy Warhol y todo aquello que tiene que ver con una mirada o perspectiva queer, pero que no necesariamente necesita enunciarse en esos términos. Siempre está en juego esa doble problemática entre la mirada y la obra. La teoría queer podría ayudar a ver la obra de Warhol y a la vez no, siempre es como una articulación entre campos de saber que puede producir una nueva mirada, pero a la vez podemos pensar la obra de Warhol desde Walter Benjamin y todo lo que es la obra en la época de la reproductibilidad técnica, como un modo de ingresar a los problemas o asociaciones que produce la obra de arte. Tal vez, las nociones de era del espectáculo o la de la reproducción técnica ayuden más que entrar a ver y pensar en sus obras que la noción de queer, que también puede ayudar, pero sería insuficiente. A su vez en esta línea, a mi me gusta mucho el artista pop Keith Haring en cuyas obras pop puede apreciarse un rugido de vida que luchaba por la aplicación de políticas públicas en favor de la incipiente pandemia de HIV. Por otro lado, hoy pensar en la presencia pública de un artista y divulgador de arte como Federico Klemm como una irrupción queer en los noventa, nos podría brindar una buena posibilidad para entender cómo su imagen ayudó a erosionar el campo de visibilidad pública desde una positividad para las comunidades queers.

Hay una acusación fuerte con el ingreso al museo de las obras que proponen una mirada política y aparece la pregunta por la pérdida de su capacidad crítica. Creo que es una pregunta que atraviesa el siglo XX, pero que hoy en día tiene menos fuerza o está mucho más lavada que en otro momento. Quien se preguntaba sobre el potencial crítico de las vanguardias fue el historiador Peter Burger, esas expresiones artísticas que buscaban la disolución entre el campo de la vida y el campo del arte, cuando ingresaban al pedestal del museo parecían impugnar sus primeras búsquedas de ataque a la institución. Tal vez hoy en día, no exista un artista negado completamente a entrar a la institución artística en todas sus formas, muestras, ferias, bienales o al menos a mostrar sus producciones por medio de las redes sociales, que imprimen nuevos modos de mostrar y ver los procesos artísticos, regulados por lógicas que a veces parecen responder a criterios más vinculados al mercado (y a la hipervisibilidad) que a los ideales iluministas con los que se construyeron los museos.

En el sentido de la asimilación al sistema de las obras que proponen rupturas de vanguardia es interesante pensar en cómo el diseño se integra a la vida de las personas. Creo que hay una modificación en el reparto de lo sensible, que funciona de manera dialéctica entre lo que está asociado a un campo de pensamiento que hace algunos años se viene incrementando, que es simplemente las personas discutiendo cuestiones ligadas a la teoría queer como una forma de apropiación de determinado campo de saberes y ciertas obras que son producidas bajo ese nuevo momento imaginario en el cual lo queer devino una forma de entender y generar cierto tipo de producciones. Hay muchos talleres, muchos campos que usan el término, en la filosofía, la psicología, movimientos políticos. Pero se trata de apropiaciones siempre diferentes, desde aspectos diversos. A mí en general siempre me costó entender la idea de que lo queer es una categoría o identidad asociada simplemente a la sexualidad, si aparece algo por fuera de la heterosexualidad sería una obra queer. Cuando en realidad para mí lo interesante tiene que ver con el procedimiento en el que se aparece cierta provocación o interrupción de la normalidad de la percepción.

Para mí no se trata de un campo de saberes asociado a la sexualidades menos convencionales. En este sentido, Perlongher dice que ninguna sexualidad en sí misma es una categoría de diferencia o de abyección, si no que necesariamente tiene que estar ligado a otro tipo de condiciones de exclusión. ¿Qué del potencial crítico de lo queer se disuelve en sus diferentes usos de arte gay friendly, divertido, pasatista? Si bien algo de eso está bien -es importante que existan esas expresiones- para mí no se corresponderían con lo queer que es un término más asociado a un horizonte visto desde la disconformidad.

La otra gran pregunta es cómo aquello que es una potencia política revolucionaria (por lo que se entiende en movimiento) empieza a formar parte de las políticas del Estado (una institucionalización que fácilmente deviene quietud y posición rígida). Esto es parte de lo que está pasando en la actualidad, algo que vuelve a construir otro punto de partida y posibilita las posibilidades de un nuevo reparto, pero está en momento de crisis y reconstrucción. Cuando la vara se dirige a un lugar injusto, antes de retomar el centro, es mejor que la vara se doble hacia el otro lado. La vara nunca será la misma, pero estamos en medio de un cambio de paradigma, de crisis y transformación de estas cuestiones. A veces es mejor celebrar todas estas apariciones, esos fogonazos e inscripciones que ponerse a cuestionar el adentro.

 

De qué manera participa El Arte Queer en ciertos procesos de desnaturalización y reconstrucción de la Subjetividad contemporánea? ¿Cuáles te parecen deberían ser las prácticas artísticas que confronten las Formas del heterocapitalismo como régimen político?

-El Arte Queer -como categoría provisoria- podría funcionar desde sus maneras de hacer arte desde una posición bastarda, feroz, chocante o fabuladora. Esas son las maneras de desnaturalizar la percepción. Atacar al espectador o darle un imaginario posible que le ayude a percibir y crear nuevos modos de habitar en el mundo y querer generar nuevos lazos posibles.

El tema para mí hoy, tiene que ver con pensar si es la función del arte ser quien cuestione las formas del heterocapitalismo, cuando esto empezó a ser parte de las funciones del sistema de lo público -y especialmente del Estado-. Si esto es muy directo deja de ser interesante, porque cuando ciertas nociones son parte del sentido común el arte debería alentar a percibir otras posibilidades, más que adoctrinar sobre aquello que ya es común y entendemos como parte de un sistema opresivo. La función del arte más aceptada, hoy tendría que ver con deslizar nuevos regímenes de sensibilidad. Suena inocente, pero el poder de la imaginación es lo único que quiero que me posibilite el encuentro con una obra, ese encuentro que me potencie la mirada y me la amplíe, más que me confirme lo que sé.

Si trazáramos un paralelo entre Arte Queer y Vanguardia (Histórica): ¿Puede aquél modificar la noción/concepto de Belleza? ¿La noción de Belleza en el Arte sigue siendo “heterosexual”? ¿De qué forma?

-La relación entre Arte Queer y vanguardia se puede pensar porque ambas son formas de politicidad, que -como diría Ana Longoni sobre la relación entre arte y vanguardia- involucran la idea del arte como fuerza activadora y detonante, como dispositivo capaz de contribuir al estallido y acción política válida. El Arte Queer contribuiría con este sentido político de modificar el régimen de lo sensible, de abrir nuevos caminos para trazar relaciones entre los cuerpos, los afectos, las obras. Hay quienes -como Jack Halberstam- que asocian el Arte Queer al fracaso, la falla y el error como una fuga del proyecto capitalista y heterosexual. Por otro lado, la noción de belleza en el arte ya no es un criterio central con el cual situarse a ver las obras. Es muy difícil pensar la heterosexualidad como inherente a las obras visuales. Si pensáramos en el cine, evidentemente hay una preponderancia de las formas de amar heterosexuales. Pero también esto está en un proceso fuerte de modificación. Ya no podemos decir que las únicas historias que se cuentan son CIS y heterosexuales. En el cine y el audiovisual, esto se ha modificado. En el teatro también. A mi criterio, bajo lógicas de un mercado que ha encontrado en la sigla LGBTIQ un nuevo nicho para el cual vender. A lo largo del siglo XX también encontramos obras que apuntaron a disolver los límites de la mirada totalizante de la heterosexualidad; puedo pensar en las obras del surrealismo, en la poética de Jean Genet o las interpretaciones de los bailarines Vaslav Nijisky o Loie Fuller.

 

 

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