07 • noviembre • 2022

📌 Mendoza

Charla con Hugo Kogan. TNT y el sueño cuyano del teatro independiente

El texto de Gabriel Cabrejas se publicó originalmente en Revista Picadero 44.

El Taller Nuestro Teatro de Mendoza capital, o TNT, y su gloria de estrenos, producción y enseñanza escénica sucedieron en el primer lustro del 70. Hugo Kogan, mendocino oriundo, desarrolló un largo y reconocido itinerario en la profesión, pero se inició en ese faro nacional del teatro independiente, y fue uno de sus miembros fundadores.

“Desde el regreso de la democracia ninguna institución cultural o política le rindió el debido homenaje al TNT, que fue pionero en una época donde no existía ningún tipo de subsidios, becas, exenciones impositivas ni sponsors, a pura prepotencia de trabajo, como decía Roberto Arlt”.

“Todo empezó cuando Carlos Owens y Maximino Moyano, los directores del emprendimiento, llamaron a actores y actrices, un sábado a las 11 de la mañana. Yo tendría diecisiete años, y me encontré en un taller mecánico en la calle San Juan 927, a doscientos metros de la Av. San Martín, junto a otras cien personas. Conocía a Owens por ser mi profe de teatro en el Centro Cultural Israelita, yo apenas tenía 14 años, y ahora, 3 años después, hablaba sobre el espíritu y los fines del teatro independiente; era el año 1969 y ya funcionaban el ABC, Fray Mocho, La Máscara, Nuevo Teatro, etc., que marcaron la época de oro del movimiento, y asistíamos a la emergencia de otra concepción del trabajo del intérprete, la dramaturgia y la dirección. Pero, además, Owens/Moyano proponían tener el lugar propio, nuestro propio espacio, cosa que me sedujo: un lugar donde poder expresarme, la posibilidad del desarrollo como artista, parte de mi sueño de aspirante a actor”.

Allí mismo, uno de los dos maestros dice: “Al que le interese, haremos aquí un teatro”. Y así, pues, los entusiastas jóvenes, cocreadores factuales del TNT, limpiaron la grasa de auto acumulada en el piso, fregaron las paredes negras de humo y levantaron parte de la sala. “Laburamos tres meses a full para construir el tablado”, paredes de chapadur como separadores que habilitaron por un costado lo que sería la galería de arte, los niveles para las filas de butacas. En diciembre de 1969 llega Yezidas, una creación colectiva del Grupo 67, dirigido por Juan Carlos Del Prete.

Se planteó la cuestión de la recaudación. “Nos proponen que recibiéramos clases gratis a cambio de conseguir cada uno socios aportantes de una cuota mensual. Tendrían una butaca a su nombre, exclusiva, y beneficios especiales. El objetivo de trescientos socios fijos, más el borderó y distintas actividades, podrían realizar la sumatoria financiera para la fundamental autosustentabilidad.
Y, sin querer, vamos conformando un núcleo duro con Owens y Moyano a la cabeza, acompañados por miembros los otros fundadores: Jorge Fornés, Elina Alba, Elena Ternavasio, Guillermo Carrasco y yo. Sin dejar pasar y nombrar a quienes también colaboraron desinteresadamente con nosotros y pasaron por el TNT: Miguelito Wankievicz, Juan J. Cáceres, Rafael Rodríguez, Elsa Cortopassi, Lucy Fernández, Florentino Sánchez.

En 1970 se suceden los estrenos La escalera, de Charles Dyer; El avión negro, del Grupo de Autores, un clásico de aquellos años (Cossa, Rozenmacher, Talesnik y Somigliana), la formulan los actores más experimentados (Fornés, Sánchez) y los más bisoños, como el propio Kogan. La primera escritura local, de Ángela “Pupi” Ternavasio, se llamó Las fosas natales. Después llegan Rockefeller en el lejano Oeste (René de Obaldía), la premiada Los establos de su majestad, de los autores locales Fernando Lorenzo y Alberto Rodríguez (Premio Mejor obra dramática 1963 Casa de las Américas), La mueca (Eduardo Pavlovski), Hablemos a calzón quitado (Guillermo Gentile: se representó allí el primer desnudo masculino del teatro mendocino), Flores de Papel (Wolff), y El adefesio (Rafael Alberti). “Yo debuté como director en Las cosas de Pepito, de Jorge Audiffred, teatro infantil. Incluso había en el grupo un enano, Huguito Vargas, al que bautizamos Chevelín”, y hacía obras para chicos con su seudónimo artístico: Los juegos de Chevelín, Chevelín versus Trinity, Magicosas de Chevelín.

Sin perder tiempo, se inaugura un salón de exposiciones aprovechando el lobby de ingreso. Cada artista plástico permanecía unos quince días y lo reemplazaba otro. “TNT enseguida se convirtió en un espacio muy importante para la sociedad mendocina, un lugar prestigioso y a la vez de encuentro”. Los jueves se cumplían proyecciones de cine club con debate, y el director cuyano Jorge Gómez tuvo un set en uno de los sectores. Muchas veces se quedaban a dormir los actores porque vivían lejos de la capital. El sótano, vuelto multiuso, era un espontáneo hostel de quienes convivían, trabajaban, actuaban e, irremediablemente, se les hacía tarde para regresar a casa. El Club de Cine congregó 43 películas de los cineastas en boga. Polansky, Kurosawa, Bellocchio, Buñuel, Brook, De Sica se dieron a conocer a un público ávido de novedades transformadoras que sin el TNT no habrían alcanzado a presenciar. También, en sus años de iniciación y algunos ya en pleno lanzamiento, se florearon sobre las tablas del TNT los músicos del Nuevo Canto Popular, como Tito Francia, Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa, Cesar Isella, Peteco Carabajal, el Cuarteto Zupay, etc., que consumaron recitales dentro de un verdadero programa multimedia.

A Hugo Kogan se le ocurrió una subasta de obras de arte. “Vos organiza y yo consigo”, asintió Owens. La convocatoria logró la donación de tantos pintores –hasta Julio Le Parc, que vivía en Francia, envió un cuadro de su catálogo personal– que el remate, un domingo a la mañana, y la venta al postor del 95 % de los cuadros, sirvieron para comprar el terreno destinado a edificar la sala definitiva. El proyecto contemplaba, idealmente, un primer piso potencial a fin de construir departamentos de vivienda. “Todos podríamos tener la primera casa de familia en la misma locación de nuestro trabajo”.

Los proyectos se estrellan la madrugada del 23 de septiembre de 1974. La bomba que estalló en las instalaciones no las destruyó por completo, pero sí el plan largamente atesorado de vivir del teatro independiente y quedarse a crear en él. Jorge Fornés creyó que se trataba de un terremoto, de los típicos de Mendoza. También andaban, en el sótano, el Negro Carrasco y Genaro Martínez Ortega (poeta y escritor), Florencia Castro (actriz) y el mismo Kogan; “en medio del humo, el ruido y el polvo, vimos aparecer como fantasmas a unos parapoliciales de civil con ametralladora, arrojando volantes de Vanguardia Comunista”.

Como de costumbre, los medios de prensa contribuyeron a la confusión y el diario Los Andes publicó una nota sobre “un teatro del centro de la ciudad, cueva de la subversión” en cuyo interior “explotó un artefacto explosivo mientras lo manipulaban” los mismos moradores. Kogan relata que “nos van a buscar, nos meten en una camioneta, gritamos nuestros números telefónicos a los vecinos, a la gente, para avisar del secuestro; pensamos que nos llevarían a El Challao, un descampado conocido porque ahí se ejecutaba a supuestos subversivos”. Finalmente, un Comando Anticomunista Mendoza (CAM) se terminó adjudicando el atentado. A los dos días, recuerda, los soltaron sin cargos, y regresaron a comprobar el desastre en el frente y el hall del taller. “Decidimos levantarlo de nuevo, un acto de total ignorancia. No teníamos ni la más mínima idea de lo que pasaba en el país, y menos de lo que iba a pasar”. Dos meses después de la muerte de Perón, se cernía la sombra de la Triple A y campeaban los asesinatos de políticos progresistas, la persecución y amenazas a personalidades de la cultura y, naturalmente, se colocaban bombas en los teatros. “Sabíamos qué podía venirse, pero éramos muy heterogéneos ideológicamente y no tenía importancia entre nosotros.

A Owens le pusieron una segunda bomba en su casa; detenido y encerrado en la Brigada Aérea, compartió celda con Antonio Di Benedetto. Salió en libertad, pero empezó el desbande. “Fornés se escapa por los techos y se va a Buenos Aires, Owens recala en Mar del Plata. Uruguay me salvó en lo inmediato, y a fines del 77 decidí viajar a Mar del Plata”, donde hizo toda su vida de teatrista. Allí iniciará el 17 de octubre del 1987 el Equipo de Teatro La Granada, nombre puesto en honor a Rodolfo Walsh y a la obra de este del mismo nombre, con la cual se estrenó. Desde 2005 organiza y dirige el Festival Iberoamericano de Teatro, que cuenta este año dieciséis ediciones y constituye un fenómeno teatral de la ciudad balnearia.

Kogan es escéptico, al día de hoy, sobre las chances de una experiencia histórica similar. “Imposible. El triunfo del individualismo después de los 90 lo hace inimaginable. La alegría y el compromiso de dejar de ser yo para ser nosotros, participar de un sueño colectivo, disfrutar de la creatividad en convivencia… Es otra cultura generacional, los jóvenes tienen planes más personales y ese espíritu de fiesta y trabajo entre iguales ya no tiene manera de quedar vigente”.

A los 70 años, Kogan sigue demostrando porqué en un reportaje lo denominaron “tractor todo terreno”. Varios años como dirigente en la Asociación Argentina de Actores, fue uno de los redactores –junto con otros tantos profesionales del país–, de la ley 24.800 (hoy Ley INT, Instituto Nacional del Teatro), estuvo en la etapa fundacional como representante de la Provincia de Buenos Aires y luego, con la iniciativa de Lito Cruz y otros, materializó el CPTI (Consejo Provincial de Teatro) y, ya alejado de la función pública, concretó otros de sus anhelos: viajar por el mundo mostrando su arte y ver qué clase de teatro se hace en otros lados. De hecho, conoció los tres continentes, África, América y Europa, visitó más de 40 países y participó en un centenar de festivales internacionales. Es actualmente el actor marplatense, aunque sea adoptivo, más galardonado de la historia: recibió premios en Canadá, Brasil, Colombia, España, Chile (donde lo nombra Embajador de los Temporales Teatrales el recordado Mauricio de la Parra). En Venezuela lo diploma la Revolución Bolivariana “por su larga y fructífera trayectoria” en la actividad dramática del subcontinente. En Mar del Plata recibió los premios Carlos Waitz y el José María Vilches, entre otros. Ni siquiera la pandemia pudo frenarlo, y con su empuje, perseverancia y, sobre todas las cosas, la prepotencia del trabajo, junto con otros colegas de Iberoamérica Fundaron REI, Red Iberoamericana de Teatro. Incansable, ya residiendo en Santa Clara desde hace solamente un par de años, acaba de fundar y formar con otro actor y director lugareño, Jorge Ramirez Jar, la Comedia del Partido de Mar Chiquita.

Y concluye que, “a pesar de haber pasado (y vivido) cosas horribles en su vida, como la bomba y la pérdida de muchos colegas que dieron su vida por un mundo mejor, o la falta de reconocimiento de funcionarios públicos que no funcionan ni tienen idea de qué se trata esto del arte teatral, no puedo menos que sentirme orgulloso del trabajo realizado y del camino transitado. Ver de pronto decenas de centros culturales y salas independientes nacidas en estas últimas décadas gracias al INT es motivo para decir: esta vida valió la pena”. Y al ver nuevas salas, festivales, producciones teatrales, etc., es un orgullo decir: ¡¡¡Y bué…en esto algo tuve que ver!!!

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