Prevenidos por la advertencia “fíjate quién dirige” entramos al espectáculo. En tiempos de influencers, son contados los espectadores que alquilan balcones a ciegas. Porque la información pulula y porque confiamos en los recomendadores. Entonces, la ecuación para decidirnos por una obra es sencilla: copiosa cartelera x escaso tiempo y dinero = una que venga con garantía. ¿Pero quién respalda finalmente nuestra apuesta? La figura del director. Con ellos, los directores teatrales de Mendoza, el periodista Fausto J. Alfonso conversa desempolvando grupos, desnudando anécdotas tras bambalinas y sonsacando verdades no dichas.
El libro que reúne catorce charlas tiene todo el rigor de la entrevista periodística. Aunque el tono de lectura es el de una obra de teatro. Es que los protagonistas están tan presentes en el diálogo que nos parece escuchar sus voces como si fueran personajes, o nos metemos en las descripciones de ambiente como por las didascalias de un guión. En esa mixtura las páginas consiguen interesar tanto al público teatral como al lector que desconoce la escena.
Es la selección de nombres que arma el autor (como un gran D.T.) la que asegura la trascendencia de su trabajo. En la nómina están: Víctor Arrojo,; Sacha Barrera Oro, Gustavo Casanova, Fabián Castellani, “Baby” Chiofalo, Juan Comotti, Daniel Fermani, Luciano García Güdell, Rubén González Mayo, Fernando Mancuso, Alberto Muñoz, Rafael Rodríguez Siri, Rubén Scattareggi y Hugo Vargas. Estos elegidos decantaron entre 113 posibles directores en un minucioso trabajo de preproducción. Quedaron por los contrastes de formación, trayectoria, teóricos, prácticos, estéticos, ideológicos, de estilo y de poética, según explica Alfonso en la introducción. Ninguno se negó. Todos accedieron al mano a mano en cafetines de la ciudad, salas y solo uno por razones de distancia (Mendoza-Barcelona) contestó las preguntas por Internet. El gran ausente en la lista es Maximino Moyano que falleció días antes de la cita. “No sería exagerado decir que con su partida se desmoronó –definitivamente, pero definitivamente– un modo, una forma de entender el teatro. Y más específicamente, el teatro ‘de provincias’, expresión que usaba para referirse tácitamente al cúmulo de obstáculos que inciden a la hora de crear en Mendoza”. Él iba a encabezar este volumen I por su invalorable contribución artística. “Quizás lo más importante sea subrayar que no se traicionó ni traicionó a nadie. Por eso este libro está dedicado a él”, dice el autor.
LIBRES ASOCIADOS
Cada charla lleva a modo de capítulo un número, el nombre del entrevistado, su lugar y año de nacimiento y una asociación libre que implícitamente define su modo de hacer teatro. Así, a Juan Comotti lo subtitula con “La máquina de hacer máquinas”. La doble alusión se corresponde con su altísima productividad y con la poética transmitida por Pompeyo Audivert. Al momento de la nota Comotti llevaba unas cien obras como director.
A propósito, los cierres de las entrevistas dan cuenta de todos los espectáculos dirigidos por los señores de las tablas. Esa enumeración, las notas a pie de página (sustanciosas como el cuerpo del texto), la bibliografía consultada y sugerida, son marcas de la profunda investigación previa que hace Alfonso y de toda una vida dedicada al periodismo teatral. De hecho, muchas citas refieren a sus publicaciones anteriores: Una década dramática. Apuntes sobre teatro mendocino, 1985-1995 o la revista cultural Don Marlon, escenarios y otros placeres, por ejemplo.
Más ambiguo es el título que le toca a José Carlos “Baby” Chiofalo a quien presenta como “De tirano a patriarca de los pájaros”. Seguidamente comenta “Nunca nadie ha hecho tan poco en tanto tiempo”, un elogio que se confirma en el devenir de la conversación. Es que los copetes, los primeros párrafos de las entrevistas, nos enganchan atentos en una verdadera ópera inmóvil.
Además de recorrer el sólido pensamiento de Víctor Arrojo, nos enteramos de que le gustaría ser dirigido por Manuel García Migani. De que Sacha Barrera Oro quedó impactado en su infancia espiando a gente que se estaba disfrazando en un camarín. Recordamos cuando Gustavo Casanova se metió en la jaula a lado de los tigres en el zoológico mendocino para protagonizar El animal que faltaba. En fin, nos conmovemos reviviendo las puestas que vimos y nos lamentamos de no haber estado en tantas otras.
El completísimo volumen I de Fijate quién dirige, de sobria encuadernación, con solapas y prólogo de Esther Trozzo (la única mujer convocada) deja abierta la puerta al volumen II. Un tomo sobre directoras de Mendoza que ya está en proceso de escritura y que continúa la promisoria colección de El Pacto de Fausto.