En la 35.° Fiesta Nacional del Teatro, realizada en Santa Rosa, La Pampa, vi El hombre Cóndor, obra que no solo me cautivó por el despliegue escénico de un único intérprete, sino también porque terminé llorando abrazado a cada uno de los integrantes de la producción. Es que El hombre Cóndor, dirigida por Fabiola Vilte y Bernardo Brunetti, juega entre lo bello de ser andino y de llevar dentro una cosmovisión ancestral, con lo injusto, triste y difícil de los lugares que terminan ocupando quienes poseen rasgos indígenas y han nacido en contextos donde no abundan las oportunidades.
En una articulación de composición de carácter y corporalidad de personaje, Iván Santos Vega –quien también es autor de la pieza–, encarna diferentes seres que exponen la cosmovisión andina. A través de los poemas de Nicanor Vallejo, brotan historias que desde diferentes calidades de voz, ternura e impacto visual nos sumergen en un Jujuy honesto y sincero. Quisiera decir antiturístico si me lo permiten. Hay un lugar en el que Jujuy aparece como esa tierra mágica, llena de colores, montañas y arte que nos cautiva. Muchos desde el turismo vamos y disfrutamos, pero… ¿quiénes son los primeros que sufren el cambio climático sino los pueblos indígenas que habitan el norte argentino? ¿Quiénes migran a Buenos Aires en búsqueda de progreso y terminan teniendo trabajos en donde no les pagan los aportes? ¿Son recordados los jujeños víctimas de la dictadura, como en la obra que denuncia la desaparición de Avelino Bazán, sindicalista de la Mina El Aguilar (Jujuy), desaparecido el 26 de octubre de 1978, o solo recordamos aquellos que sufrieron el proceso en la capital del país? El hombre cóndor se encarga de hacernos entender que Jujuy es más que una foto con una montaña de fondo y ferias coloridas. Es un territorio en donde habita una población que no solo cuenta con una historia ancestral, sino que está atravesada de vivencias, luchas gigantes y del día a día que merecen y pueden ser contadas.
El actor Vega a través de un dispositivo descubierto y por medio de un cambio de luz se transforma en cada uno de los seres que atraviesa. El lustrador de zapatos aparece con una pequeña caja típica del oficio, lleva puesto un gorro chullo y su voz aparece con un claro acento andino. Mi papá fue lustrador cuando tenía 7 años, alguna vez me lo contó. En un momento el intérprete busca a quien lustrarle los zapatos y lo hace en vivo. Mientras nos hace reír y todo el público lo observa trabajar, grita: “Ustedes malgastan el agua y las llamas no tienen para tomar”. Luego de esto se produce un silencio, ese que todos los que hacemos teatro o vamos al teatro conocemos, y creo que ahí comencé a llorar. Un lustrador de zapatos que tiene ese tan preciado saber popular, que sufre una economía y trabajo precarizado, nos hace comprender la más cruda realidad ambiental.
El diablo del carnaval aparece para mostrarnos la desnudez de un cuerpo andino. Danzando en una imagen y con un atuendo imponente nos hace entrar en un ritual en donde se va despojando para desvelar su genitalidad. Al mostrarnos su espalda y pelo largo, moviendo su cadera, deviene en un cuerpo lleno de deseo y goce. Lo que habla también de que un cuerpo de varón marrón andino, alejado de las publicidades, la supremacía blanca, los protagonistas de todas las películas y series, también es sensual y puede ser deseado. El hombre cóndor propone entonces una Jujuy en donde los cuerpos y las historias dejan de ser objetos de presentación para ser sujetos de representación.
Para finalizar quisiera conceptualizar lo que creo que es pertinente para este momento en donde comenzamos a dar debate sobre el racismo estructural en argentina. Al ver El hombre cóndor pensaba en un teatro hecho por marrones, para marrones, sobre historias marrones. ¿Qué es el teatro marrón? Humildemente como dramaturgo, licenciado en actuación y director de piel marrón y con rasgos indígenas, pienso que el teatro marrón es aquel que actualiza el ser indígena, lo hace vivir en nuestra contemporaneidad y le habilita a ser un sujeto de representación con sus propias historias, experiencias y subjetividades. Y es por esto que terminé llorando abrazado a Fabiola y a Iván, porque emociona ver cómo somos cada vez más los marrones que desde nuestra marroneidad nos animamos a decir “Argentina no es blanca”.