05 • septiembre • 2023

📌 Argentina

Dramaturgias escritas por mujeres

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Texto de Jimena Aguilar, publicado originalmente en Revista Picadero 46: "Teatro en democracia".

Recurro a la certeza fáctica y eludo a sabiendas cualquier atisbo de originalidad cuando digo que el 2020 fue sin lugar a dudas un año repleto de particularidades de las más diversas índoles, las cuales en mayor o menor medida nos atravesaron a cada quien en diferentes maneras y proporciones. Una de esas tantas particularidades, fue la decisión del Instituto Nacional del Teatro de abrir la Convocatoria del 22º Concurso Nacional de Obras de Teatro, pero esta vez la participación estaba destinada exclusivamente a Dramaturgias escritas por mujeres, autoras residentes en las provincias y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

No faltaron quienes protestaron al respecto aduciendo diferentes argumentos, mayormente relacionados a cuestionar la falta de igualdad de oportunidades para el sector de la población que de acuerdo a las bases estipuladas en el mencionado concurso se quedaban sin la posibilidad de participar. Desde el otro lado, se replicaba que siendo un Concurso cuyo premio consistía en la edición cuatrilingüe de las obras ganadoras, pero además en dinero contante y sonante, o más bien dinero visible y virtual porque seguramente el pago se hizo a través de una transferencia bancaria, y dado que la pandemia estaba acentuando las desigualdades de todo tipo en el mercado laboral, y en consecuencia se preveía un crecimiento en la brecha salarial de género, esta decisión de acotar el segmento de quien pudiera acceder a esos beneficios sonaba más a un acto de justicia social que a cualquier otra cosa. Opinión va, opinión viene, las dramaturgias se entretienen. Porque fue tal la recepción de materiales, a saber 640 obras, que el Consejo de Dirección del INT decidió conformar dos jurados de selección y duplicar los premios.

Es así que entonces tenemos un Tomo I editado en 2021 donde las juradas encargadas de discernir las distinciones fueron Susana Torres Molina (CABA), María Rosa Pfeiffer (Santa Fe) y Maiamar Abrodos (CABA) que incluye las obras Rota de Natalia Villamil (CABA), Primer Premio; El refugio de Paula Echalecu (Buenos Aires), Segundo Premio; Gira trunca de Sandra Ester Franzen (Santa Fe), Tercer Premio; y Menciones para San Petersburgo de Patricia Zangaro (CABA), Útero Bicorne de Brenda Eliana Sorbera (Córdoba) y Yo, tu hija de Miriam Rizzuti (Río Negro).

Y un Tomo II editado en 2022 cuyo jurado estuvo conformado por Lucía Laragione (CABA), Jesica Orrellana (Córdoba) y Patricia Slukich (Mendoza), quienes otorgaron las siguientes distinciones: Wachay de Cecilia Salman (Santiago del Estero), Primer Premio; Carne Materna de Carola Di Nardo Montalvo (La Pampa), Segundo Premio; Aurora trabaja de Mariana de la Mata, Tercer Premio; y Menciones a La realidad de Sol Titiunik (Buenos Aires), El deseo de Emilse Veracruz de Jorgelina Vera (Buenos Aires) y Las nenas también son mariposas de Marie Álvarez (CABA). En todos los casos, las obras ganadoras están traducidas al inglés, alemán e italiano.

Si fueron 640 las obras recibidas y 12 las obras premiadas, y aplicamos la regla de tres simple, el número de obras seleccionadas representa el 1,875% de la dramaturgia escrita por mujeres en el territorio argentino en estos últimos años (y que enviaron sus obras a este concurso, claro está). Veamos entonces de qué y cómo hablan ese casi 2% de la dramaturgia argentina contemporánea escrita por mujeres. Para cualquiera que sea madre o padre creo que hay un ineludible denominador común que es que nada podría superar el dolor inconmensurable de la perdida de una hija/o, muchísimo más insoportable aún el dolor si esa pérdida se debe a la violencia y crueldad que otra persona ejerció sobre esa hija/o. Lo que propone Natalia Villamil en Rota es redoblar la tragedia y plantearnos esta pregunta: ¿y qué pasa cuando perdemos un hijo, pero ese hijo es el responsable de haber acabado con la vida de su novia? ¿Hay alguna posibilidad de rearmar algo de esa rotura extrema en ese cruce siniestro entre el amor a un hijo y la conciencia de haber criado a alguien que comete un acto tan atroz? Si todos los duelos son difíciles y abismales, ¿cómo se transita un duelo tan contradictorio en sus componentes? Paula Echalecu toma algunos datos históricos para contar su ficción, ya que la acción sucede en plena dictadura y El refugio es un antiguo prostíbulo que fue construido cuando la prostitución era legal y promovida por el propio Estado Argentino. Allí viven Vanda, una mujer que vivió en los campos de concentración polacos y luego fue rehén de una red de tratas en Argentina, con su hijo Domingo, quien está en búsqueda de su identidad. La llegada de la madre biológica de Domingo, antigua integrante de El Refugio desencadenará una serie de hechos que traerán a la luz ciertas revelaciones para cada quien. Vanda dice: “Pienso que las personas no somos de dónde venimos, sino del lugar donde elegimos refugiarnos”. Y eso que dice resuena y es utilizado por cada personaje en la medida de sus propios deseos.

Gira trunca es una comedia escrita por Sandra Franzen cuyos personajes, Estrella y Blanca, son dos actrices populares en los años cuarenta que recorren la Argentina de pueblo en pueblo con sus espectáculos, y que, a pesar de sus diferencias y asperezas, saben que cuentan la una con la otra y que se necesitan mutuamente, en paralelo con lo que les sucede en su vínculo con el teatro. “¿Qué sería de mí si no pudiese subirme a un escenario al lado suyo? Un eterno y triste monólogo, sería”. La obra también dialoga de manera directa con la coyuntura actual de quienes trabajamos en artes escénicas, siendo un reflejo de la situación de precarización de hoy y siempre en nuestro rubro, Estrella dice: “¡Nos va a llevar la vida!” y Blanca responde asumida y resignada: “Así es con el teatro”.

San Petersburgo es un texto espeso e intenso en su tono y su forma, que toma como intertexto la parábola del hijo pródigo, la cual se instala incluso de manera fáctica al comienzo de la obra a través de una reproducción de El retorno del hijo pródigo de Rembrandt. En la parábola hay un hijo que vuelve arrepentido hacia su padre suplicando por su perdón después de haber pecado y es recibido con amor y comprensión por éste, es decir, habla del arrepentimiento y el perdón, y si se quiere también de un volver a empezar. Pero para que eso suceda debe haber alguien que se arrepiente y en el texto de Patricia Zangaro pareciera ser que nadie puede o desea habitar ese estado, más bien los sentimientos que circulan son el resentimiento y la culpa, sin por eso abandonar también algún deseo de conexión. “Es un fraude. La parábola. Y el cuadro de Rembrandt. El hijo no vuelve. No se arrodilla arrepentido a los pies del padre. Ahora es un extraño”.

Útero bicorne es un monólogo que además de leerse podría decirse que por su sentido del ritmo y su musicalidad, se escucha, y esto no es casual, ya que Brenda Sorbera, su autora, además de ser dramaturga y actriz, es música. Cada una de las escenas se funda a partir de una prenda de vestir y dos idénticas líneas de texto: “Una vez que lloré. Estamos mi abuela, mi mamá y yo”. Entonces la obra se organiza a partir de sucesivos relatos que recorren como postas los momentos fundacionales de Eliana, la protagonista, hablándonos con un tono cotidiano y cierto humor, pero no por eso menos profundo, de violencia médica, de las distintas maneras de ser madre y de lo que heredamos a través de ese hilo invisible que nos une con las mujeres de nuestras familias.

En el prólogo de su obra, Yo, tu hija, Miriam Rizzuti condensa la esencia de ese vínculo tenso, pero también amoroso que hay entre esta madre y esta hija. La hija se siente frustrada y triste porque siente que las palabras de su madre si bien abundan, las encuentra vacías, entonces ella, la hija, opta por el silencio. En el otro rincón del cuadrilátero, la madre se siente abandonada y desatendida por su hija. Y como dice la hija en medio de todo eso sólo hay amor, pero ese amor está tan arraigado y firme que ni siquiera pueda moverse para ninguno de los dos lados y así lograr llegar a alguna de sus partes. Hacia el final de la obra, el clima se va enrareciendo como la memoria de la madre y como ese vínculo que parece ir desvaneciéndose poco a poco, como se desvanece cada cosa de lo humano, hasta terminar en la angustiante nada.

En quechua Wachay significa “dar a luz”, “parir”, y Cecilia Salman, autora santiagueña de esta pieza, aborda este concepto desde la acepción de un rito de pasaje de un estado a otro, en este caso de la niñez a la adultez, ya que Sulay cumplirá dieciocho años. Lo particular es que lo hace a partir de distintas leyendas del noroeste argentino donde estas mujeres encarnan animales y elementos de la naturaleza. El texto está dividido en tres momentos, que corresponden cada cual, a un momento del día, a saber: amanecer, atardecer y anochecer, es decir, que la acción se desarrolla en la unidad da tiempo que conforma un día, un ciclo. Es particularmente interesante el uso de las didascalias, las cuales permiten el ingreso de lo sonoro a través de enumeraciones de diferentes tipos de silencios en el amanecer, chirridos al atardecer y gritos al anochecer.

Carola Di Nardo Montalvo en su obra Carne materna cuenta la historia de tres hermanas y la hija de una de ellas y elige como acción inaugural a la hija tocando una huella en su guitarra en el departamento de ciudad en el cual vive con su madre Clara. Que sea una huella puede funcionar también como metáfora de las marcas de lo vivido que cada una lleva consigo y de las cuales iremos enterándonos a lo largo de la obra. Sobre todo esa que refiere al tío Juan José, ese que vuelven a carnear cada vez que carnean un chancho, ese que hizo que Clara abandone el campo y se vaya a la ciudad, ese que alguien mató y que dejó sin habla al padre de las hermanas, ese que respondería el interrogante que angustia a Juanita, la hija. También se tematizan los mandatos, la vida de campo versus ciudad: “−No es mi culpa. Yo me fui para estar mejor. Ustedes también se podrían haber ido. Nadie las obliga a estar acá. −¿Cómo que no? La tierra, el trabajo, los muertos”.

Aurora trabaja comienza con una cita de Silvia Federici, la escritora y activista feminista ítalo-estadounidense, quien postula que el trabajo doméstico mayormente llevado a cabo por mujeres constituye un trabajo esencial para el funcionamiento del capitalismo. En este caso específico la cita habla del patriarcado del salario el cual hace referencia al salario como herramienta de opresión tanto desde los hombres hacia las mujeres como desde los colonizadores hacia los colonizados, otorgándoles a estos un inmenso poder de control y disciplina. Mariana de la Mata crea un texto sólido con imágenes muy bellas, un universo con aires de fábula para reflexionar en torno a la violencia que impregna todo su entorno, desde su jefe, con más voluntad de dueño que de jefe, hasta los extranjeros “con guita extranjera” que llegan a cazar, hasta la propia respuesta de Aurora, la protagonista, frente al abuso de poder. ¿Qué es la realidad? ¿La carne y la grasa pegada a los huesos que Norma le ruega a Brian que toque para así poder diferenciarla de la abstracción de los videojuegos en los que el chico está siempre sumergido? O tal vez será la que luego invocará Brian, quien, parafraseando a su madre, reclamará compromiso con la gravedad de la situación diciendo que “Esto no es un juego. Esto es la realidad”. La realidad, al menos en este caso, es esta entretenida comedia de puertas escrita por Sol Titiunik con personajes que se multiplican a medida que avanza la trama, ampliando el sentido e incluso la espacialidad, generando en consecuencia un replanteo frente al interrogante de cuál es entonces la realidad. O será que simplemente realidad no hay una sola.

Las hermanas Veracruz son tres, una de ellas emigró a España y las otras dos viven en el pueblo bonaerense de Villa Ruiz, pueblo que debido a su polvareda no permite ver el dorado de los zapatos hasta que no se le pasa la mano o un pañuelo, tal vez como una metáfora de la belleza oculta o de que habrá que hacer un esfuerzo para que lo deseado pueda emerger. El deseo de Ana es poder salir del pueblo, viajar a la aventura y reencontrarse en Europa con la hermana migrante. El deseo de Emilse Veracruz, además de ser el título de la obra escrita por Jorgelina Vera, y el nombre del nuevo emprendimiento de pastafrolas de Emilse, es el deseo de estar con el hombre que ama y es correspondida. Pero en sintonía con las hermanas Prózorov de Chéjov, las hermanas Veracruz se refugiarán en la utopía de la felicidad futura.

Las nenas también son mariposas de Marie Álvarez es un texto contundente, de esos que golpean y duelen. Su protagonista es Mariano, de dieciséis años, y la autora estructura el monólogo en cinco partes, una dedicada al padre, otra a la madre, luego a su hermana, otra a una chica compañera del colegio y la última a Mariano mismo. El relato atrapa desde el comienzo y avanza sin pausa, y cuando no te diste cuenta, no sabés muy bien cómo pasó, pero estás en medio de una oscuridad perturbadora, y ya no habrá manera de poder salir a la luz otra vez. La manera tan sutil en que la autora logra ese descenso a los infiernos creo que es el mayor logro y fortaleza del texto, además del tono y el punto de vista elegido que permite una inmersión total en el relato.

De las doce obras premiadas, al momento de escritura de esta reseña, solamente dos de los textos fueron estrenados: Rota de Natalia Villamil, dirigida por Mariano Stolkiner, y Gira trunca de Sandra Franzen, dirigida por Sergio Grimblat, y otra de las obras, Aurora trabaja de Mariana de la Mata será estrenada durante 2023 con dirección de Leonor Manso.

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