-¿Cuáles son los puntos por iluminar hoy en tu biografía, tus trayectos y tus migraciones biopolíticas?
-Para quienes habitamos y amamos Chubut, la pandemia del 2020 se sumó a un contexto de muchas otras crisis y luchas. Lo que escribo hoy está atravesado por esta realidad urgente, frente a un país para el que somos invisibles. Para hablar de mí necesito tener a mano un mapa porque me muevo y habito varios lugares a la vez. En el mapa marcaría como puntos principales Córdoba, Comodoro Rivadavia, Zaragoza y Galicia, a los que agregaría Lago Puelo, Esquel, Rawson y Caleta Olivia. Aunque más que los lugares, marcaría los recorridos, las distancias y el tiempo de los trayectos, que es mi tiempo de escritura, mi espacio de pensamiento. Debería comenzar por decir que me gusta aprender y me fascina asistir a clases magistrales, encontrarme con todo lo que no sé y que voy a ir incorporando. Creo que siempre he estado inscripta formalmente estudiando alguna carrera o especialización. Me atrae la idea de investigar sobre muchos temas y desde muchas perspectivas. Me molestan los límites entre las artes porque siento que lo importante queda fuera de todos los programas. En las instituciones superiores –al menos por las que he transitado–, creo que está muy arraigada la idea de que es imposible saber de todo, y por lo tanto es necesario especializarse en algo.
-¿Cuáles son tus divergencias en relación con esos espacios biopolíticos cercanos y a los valores y prácticas éticas en el mundo del arte contemporáneo?
-Siempre he vivido esta idea de especialización como una gran limitación de la formación superior y espero que algún día sea posible estudiar arte, eligiendo libremente los recorridos que nos interesan. No me refiero a programas ya elaborados –como los de artes combinadas–, sino a la libertad total para proponer un recorrido impulsado por el deseo de construir una forma propia. Este interés me lleva a estar en constante movimiento y a recorrer trayectos muy particulares: fundamental ha sido el movimiento continuo entre Comodoro Rivadavia y Córdoba. Estudiar y especializarme en Córdoba, pero enseñar, experimentar y producir en Comodoro Rivadavia. La Patagonia, sobre todo en los noventa, cuando llegué, era realmente una tierra de oportunidades. Comencé a trabajar como docente en la Escuela de Arte de Comodoro Rivadavia, y hoy que estoy ya presentando los papeles para la jubilación, puedo ver la cantidad de espacios curriculares, talleres y seminarios que he dictado a lo largo de todos estos años, en diversas instituciones, en diferentes niveles educativos y carreras. Ojalá algún día en la Patagonia Austral, las universidades y los institutos superiores ofrezcan carreras de arte para que migrar por estudios sea una elección, ya que hoy solamente hay profesorados. Lo pienso y siento por muchos motivos, pero principalmente porque creo que se vive un desarraigo doble: no solo te vas de tu lugar para poder estudiar, sino que, además, estudias un teatro – pasa con todas las artes– que no te incorpora.
-¿Podrías señalar algún momento de transformación? ¿Qué filiaciones poéticas-políticas construiste con otres y con espacios de formación y producción?
-Cuando cursaba la Licenciatura en Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, me interesaba dirigir, pero dirección no existía como una orientación en la carrera, se debía optar entre actuación y escenografía. Había comenzado la carrera en 1987, pero desde 1992 ya vivía en Comodoro, por lo que fue una cursada muy discontinua, con varias crisis, hasta que en 1996 decidí instalarme por un año en Córdoba para terminar. En esa época pensaba que la dirección era la responsable de desarrollar todos los elementos de la puesta en escena. Con el tiempo me di cuenta de que lo que había estudiado me ayudaba a resolver muchas cuestiones, pero que el teatro era ‘esa otra cosa’ que pasaba en el momento del encuentro, que solo puede habitarse desde lo colectivo. Sucedió en 1997, cuando regresé a Comodoro, y junto con exalumnos y alumnas creamos un grupo: La contrapartida. En 1998 presentamos No se culpe a nadie, una instalación teatral basada en diversos textos de Julio Cortázar. Todo el trabajo lo realizamos en Comodoro Rivadavia, con el acompañamiento de la Lic. Rosita Ribas, mi directora de tesis y parte fundamental del proyecto, que asistía a los ensayos y encuentros en Comodoro, o viajaba yo a Córdoba. En julio de 1998 viajamos con el grupo para presentar la tesis a un jurado integrado por docentes de teatro y de artes visuales. Me di cuenta de que comenzaba a moverme en ese territorio de frontera, que habito desde entonces, entre el teatro, la performance, las intervenciones, el arte acción, la historia del arte, la investigación. Habitar las fronteras te permite intercambiar y generar acciones desde diferentes lugares, pero también te coloca en un espacio marginal, en el límite de lo teatral, desde donde hay que explicarlo todo. Ese mismo año, en octubre, presentamos No se culpe a nadie en el certamen provincial de teatro donde fuimos seleccionados para representar a Chubut en la Fiesta Nacional Rosario 98. Entre 1998 y 2002 me centré en la dirección, si bien nunca abandoné la práctica docente. Fue un tiempo de festivales y encuentros, de búsquedas colectivas e individuales. En los viajes pude dimensionar cómo se configuraba el territorio teatral en Argentina. Ser un grupo proveniente de la Patagonia Austral te coloca siempre en la idea de lejanía. Es curioso que para el imaginario argentino siempre el sur está lejos de algo, nunca el norte o el centro. Como cordobesa, nunca me sentí fuera de nada; como chubutense, por elección, estoy siempre en la periferia.
-¿Qué dirías de tus años de integración y producción, y cómo se ligan tus prácticas docentes, escénicas y comunitarias?
-De la producción hubo una deriva hacia la investigación y en 2001 el Dr. Osvaldo Pellettieri me convoca para sumarme al equipo de trabajo de la Historia del Teatro Argentino en las Provincias, proyecto del Grupo de Estudios del Teatro Argentino e Iberoamericano de la Universidad de Buenos Aires. Escribir la historia del teatro del Chubut fue un desafío enorme que pude concretar gracias al acompañamiento de Pellettieri y el equipo del GETEA. Tenía algún conocimiento porque por esos años cursaba un postítulo en investigación educativa en Gral. Roca (Río Negro), y, cuando comienzo a investigar, encuentro que no había ningún trabajo previo sobre la historia del teatro de Chubut, lo que me lleva a viajar por la provincia para realizar entrevistas, consultar archivos grupales e individuales y revisar hemerotecas. Desde esa perspectiva me parece muy importante remarcar la importancia del proyecto de la historia del teatro argentino en las provincias, porque se conformó un equipo de investigadores de cada provincia que a la vez nos integramos a un equipo nacional. Aún hoy sigo vinculada al GETEA y comprometida con la historia del teatro chubutense.
-¿Podrías señalar momentos de silencios o de desbordamientos?
-En el 2002 inicio una etapa de estudios e investigación que me llevará aproximadamente diez años y que trastoca todo mi mundo, la etapa de los doctorados. En un principio, cuando inicio la cursada del Doctorado en Artes con especialidad en Teatro en la Universidad de Córdoba, esta acción se superpone con la docencia, la práctica teatral y la historia del teatro. Son años complejos para el país en general y para Chubut en particular. Y en ese contexto de crisis y cambios del 2002, comienzo a viajar a Córdoba para cursar de forma presencial, lo que me obliga a agrupar todas mis horas cátedras entre lunes y miércoles (en ese momento trabajaba en seis instituciones diferentes) para poder viajar a Córdoba los jueves y cursar viernes y sábado (solo voy a aclarar que son 26 horas de ida y otras tantas de vuelta). Cursar el doctorado en artes fue un salto, un cambio profundo. En ese momento decido dedicarme a la investigación. Dejo el grupo, me alejo de la práctica, selecciono quedarme solo con las materias teóricas. Entre el 2002 y el 2005 no paré de estudiar, a pesar de las dificultades del contexto, cortes de ruta, piquetes, desabastecimiento, huelgas docentes… En 2005, inicio el trabajo de investigación para la realización de la tesis doctoral, bajo la dirección del Dr. Marco De Marinis y la codirección de la Dra. Mabel Brizuela. En 2006, como parte del trabajo de investigación, viajo primero a España y luego a Italia. Creo que en estos primeros viajes hay un punto de inflexión fundamental: descubro que existe un mundo académico en el que una puede dedicarse solo a investigar. En septiembre de 2007 hago el depósito de la tesis en la Universidad de Córdoba y un mes después me traslado a la Universidad de Zaragoza para iniciar un doctorado en Técnicas de Investigación en Historia del Arte y Musicología, dirigida por la Dra. Amparo Martínez Herránz. Defendí la tesis en Córdoba en agosto de 2008 –soy la primera doctora en artes por la UNC– y en 2011 me doctoré en Zaragoza. La primera fue sobre el teatro de Grotowski desde una perspectiva warburguiana; la de Zaragoza fue sobre performance y espacio público en España (Tesis cum laude). Regreso a Comodoro en 2010, alternando con estancias en Zaragoza. Vuelvo todos los años a España, dos o tres meses, por temas vinculados a performance y arte acción.
-¿Cuáles son tus ocupaciones, prácticas y miradas en el ámbito de lo público desde el arte?, ¿qué intervenciones te importan?
-El teatro me ha permitido trabajar en ámbitos muy diferentes y en varias ciudades de la región. Siempre he priorizado la educación superior, aunque he disfrutado muchísimo los talleres de teatro con jóvenes y adolescentes en ámbitos formales y no formales, como el taller de teatro para adolescentes en el Hospital Regional o en diferentes barrios de Comodoro. En algún punto los espacios no formales me interesan mucho más que la educación superior, pero creo que la única manera de que este tipo de espacios se multipliquen es sumando experiencia en la formación de futuros docentes.
-¿Cuáles fueron tus proyectos utópicos más significativos en las décadas de este siglo XXI?
-En 2014 pude concretar la creación del Centro Patagónico de Documentación Teatral (CPDT), un archivo virtual destinado a registrar y dar a conocer el teatro y la performance en y de la Patagonia. Desde hace unos años me encuentro trabajando en un proyecto sobre directoras patagónicas y he seguido viajando, incluso he podido entrevistar en París a una de las directoras teatrales más interesante de Chubut: Myrtha García Moreno. Es uno de mis proyectos más queridos, pero me cuesta mucho encontrar el tiempo para poder avanzar y poner en orden el material. A partir de la convocatoria de Pellettieri, me fui convirtiendo en especialista y referente sobre la historia del teatro del Chubut. Siento la responsabilidad de continuar con esta tarea y la necesidad de formar el recurso humano que pueda asegurar la continuidad, tanto de la historia como del CPDT. La dificultad es que son dos tareas que hago de manera ad honorem, y requieren de cierta inversión de tiempo, esfuerzo y dinero.
-¿Qué experiencia escénica quisieras repensar o recuperar?
-En 2018, instalada nuevamente en Comodoro Rivadavia, integro Mara Teatro Performativo, y en 2019 presentamos un monólogo tuyo, Ana María estuve pensando a pesar mío, en la Universidad de Vigo, con María Roja e Inés Díaz. Teatro y performance fueron dos experiencias que vivencié durante muchos años de forma paralela y en diferentes territorios. En España mi experiencia se vincula exclusivamente con la performance y el arte acción. Desde que comencé a recorrer festivales, centros y museos de arte contemporáneo para poder realizar el trabajo de campo de la investigación doctoral, me fui conectando y vinculando con artistas y especialistas en performance, principalmente españoles. Creo que a diferencia de lo que sucede en Argentina, en España los circuitos de teatro y de performance están definidos y, en general, no se vinculan demasiado entre sí, salvo algunos casos particulares. En 2018, a partir de una invitación realizada por el Dr. Carlos Tejo, surgió la posibilidad de presentar un trabajo entre el teatro y la performance en la Universidad de Vigo. Cuando comenzamos en Comodoro a experimentar sobre estos puntos con Mara Teatro Performativo, lo teatral se imponía todo el tiempo sobre la libertad de la performance. No hablo de grandes revoluciones, hablo de pequeñas experiencias como la del tiempo: ¿qué pasa si me detengo ahora, si repito este pequeño gesto durante horas? Fuimos experimentando e investigando esta relación tratando de entender qué nos sucedía frente a un texto. Hay ‘algo’ en Ana María… que permitía estas aperturas. Digo ‘algo’ en el sentido teatral de que algo debe suceder, pero con la libertad de la performance para que ese ‘algo’ no necesariamente suceda. Un algo pensado pero no ensayado, un algo como potencialidad que no puede ser fijado de antemano. Por una larga lista de situaciones particulares y contextos chubutenses siempre muy conflictivos, las actrices que participaban de este proyecto deciden no viajar a España. Me contacto con Inés Días, actriz y bailarina comodorense radicada en Cataluña, y con la actriz y performer gallega María Roja. Con ellas nos reunimos en Galicia y reestructuramos totalmente la propuesta. Dos actrices/performers maravillosas y generosas con las que pudimos concretar una performance teatral en la que se ponen en juego elementos de creación específicos como la idea de tiempo dilatado, la reiteración de acciones o la deriva por elementos periféricos. Es el tipo de experiencias que me interesa transitar hoy, aunque no tengo claro hacia dónde voy, en esta etapa en que me estoy despidiendo de Comodoro.
-¿Quiénes, qué voces, qué lecturas, qué afectos dialogan aún con tus prácticas?
-Creo que en cada una de las etapas hubo referentes específicos. En mis años de formación, en esos primeros desplazamientos entre Córdoba y Comodoro, fueron fundamentales Myrna Brandán, directora de la carrera de Licenciatura en Teatro y Rosita Ribas. Con Rosita Ribas entendí a la teoría como componente fundamental de la práctica teatral. Y proponer una instalación teatral como proyecto de tesis solo fue posible por su acompañamiento, por su confianza en una práctica que no tuvo forma definitiva hasta casi el final del proceso. En los inicios de la práctica docente, en Comodoro, no hubiera podido hacer mucho sino hubiese sido por Cristina Morales de Díaz, la directora de la Escuela de Arte, quien generaba constantemente espacios de participación muy creativos, potenciaba cambios y proponía, tanto a docentes como a estudiantes, acciones que nos movilizaban, como el proyecto Recorriendo los caminos del arte, una propuesta que nos permitió recorrer en un colectivo diferentes localidades de Chubut con talleres, obras y propuestas de participación comunitaria en escuelas rurales. En la etapa de investigaciones doctorales, con Marco de Marinis, entendí la investigación desde una mirada más compleja. De Marinis representó un cambio: investigar sobre el teatro de Grotowski desde una perspectiva warburguiana. Y, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Zaragoza, la mirada de la Dra. Amparo Martínez Herránz fue fundamental para poder proyectar y concretar una investigación sobre un campo disciplinar que, en ese momento, aún se estaba conformando y del que había muy pocas investigaciones previas. Otra voz fundamental fue Beatriz Seibel, quien formó parte del jurado que seleccionó No se culpe a nadie en el festival provincial de teatro de Chubut. Para mí, Beatriz Seibel es la gran historiadora del teatro argentino. Cuando leo sus textos, puedo identificarme con esa historia, El teatro ‘bárbaro’ del interior, o Los artistas trashumantes, con el sentido de lo teatral y el público del teatro que describe.