El primer recuerdo que tengo de ir al teatro está ligado al placer de ver a principios de los 80 El imaginario, de Hugo Midón. Lo que más recuerdo es a Ana María Cores, que tenía una pollera acampanada, y a muchas personas cantando, bailando y protegiéndose de la lluvia con cucharones enormes. Esa experiencia marcó mi relación con el teatro, con la noción festiva del encuentro entre la obra y el público. Disfruto del anonimato de la dirección para sentarme en la platea y es por eso que también busco compartir esa experiencia con mi hijo. Hace pocos días tuve el placer de llevarlo al Teatro de la Rivera del CTBA a ver Mi don imaginario, con idea y dirección de Pablo Gorlero. La dramaturgia de Mariano Taccagni permite hilar a través del juego de una troupe de payasos las canciones con letra de Hugo Midón y música de Carlos Gianni. Observé en la platea, por lo menos, a tres generaciones disfrutando: abuelos y abuelas, que nos llevaron al teatro por primera vez, junto a mis pares, que llevamos a nuestros hijos e hijas. Para mí es reencontrarme con esas canciones que marcaron mi infancia, y para los más chicos es escucharlas por primera vez. Recordar y descubrir dos experiencias simultáneas. Creo que esa vivencia grupal potente se logra cuando todas las personas están al servicio de la obra. Es indispensable nombrar y agradecer. Intérpretes: Ana María Cores, Alejandro Vázquez, Jorge Maselli, Fernando Avalle, Sacha Bercovich, Agustina D’Angelo, Lucas Gentili, Lucien Gilabert, Tatiana Luna, Flavia Pereda, Julián Pucheta y Pilar Rodríguez Rey. Sonido: Matías Taborda, Gabriel Busso. Iluminación: Leandra Rodríguez. Vestuario: Alejandra Robotti. Escenografía: Magalí Acha. Dirección coreográfica: Verónica Pecollo. Encontrar en un homenaje esa posibilidad de encuentro de generaciones, sin solemnidad, en un puro juego, es un trabajo para destacar.
En nuestra historia del teatro con tantas interrupciones, con gobiernos que desestimaron preservar el acervo cultural, desechando archivos, ponderando producciones de otros lares, prohibiendo, desfinanciando, recordar se vuelve un gesto político. Y en estas relaciones entre el hoy y el ayer, quiero homenajear a una directora pionera, que junto con Alfonsina Storni fue de las primeras en valorizar el teatro en y para la infancia, un teatro sin distinción de edad. Angelina Pagano creó en 1927 una compañía de teatro infantil. Las edades del elenco oscilaban entre los 2 y los 14 años. Angelina no solo los dirigía, sino que también les daba clases. Hicieron funciones durante años en distintas salas, a precios populares, participaron en festivales solidarios.
La Pagano creía firmemente en la función pedagógica y social del teatro, manteniéndose firme a un ideal y, al mismo tiempo, experimentando, siempre en pos de descubrir algo más. Su escuela se convirtió en un espacio único; no solo de producción artística, sino de formación actoral, como Río plateado, creada por Midón. Así como en Mi don imaginario, Humi le lega su naríz de payaso al encarnado por Julián Pucheta, imagino a Angelina y a Hugo observando cómo Pablo Gorlero o Emiliano Dionisi, por nombrar a algunos sucesores, conciben obras para una infancia capaz de imaginar y soñar, una infancia que en definitiva sigue siendo la sal del mundo.