“Manuelita: Todo lo que me pasó a mí o todo lo que le pasó a todo el mundo” es el relato de un adolescente que lucha con sus propios pensamientos e ideas, desarmando esquemas ajenos y escupiendo intenciones intrusas. Es un relato humano sobre la amistad, el amor y la “hombría”. El lector podrá contemplar los sueños de un chico que se descubre homosexual, la humedad de los vestuarios, la cancha de fútbol y los recuerdos dolorosos de la infancia de un pibe que debido a su contexto debe esconder su diferencia, pero también se encontrará con toda la fiesta de la juventud y su ternura.
-El texto “Manuelita” puede leerse como un largo soliloquio, una especie de poesía. ¿Qué lugar te parece que tiene el uso de “la palabra poética” en el teatro contemporáneo?
-Hoy en día veo, creo yo, que nuestra generación de escritores busca fehacientemente tomar la poética y desarrollarla en sus textos. Sea teatro, sea performance, sea cine. Escucho y leo mucha retórica embelesada y mucho verso remixado devenido en prosa. Una exaltación del “poema-no poema”, de textos que “suenan lindo” y de imágenes “sublimes”. No es una crítica, no es un ataque a este tipo de escritura, es más, yo mismo estoy en esa búsqueda constante. Me parece un síntoma del presente. Una necesidad de utopía y de belleza superior al contexto actual, donde el fin de los tiempos está a la vuelta de la esquina. Buscamos romantizar y estilizar nuestros textos mundanos para escapar de este presente precario. O eso creo yo. Poder crear un viaje diferente al de todos los días para que el espectador vea colores nuevos y sabores no tan amargos. Crear escenarios oníricos con tan solo poetizar una charla en la vereda. Pero si creo que hay algo a lo que le tenemos que poner atención respecto a nuestro gesto de época: que el texto no atropelle la acción, que el texto no sea amorfo, que el texto no se crea alma independiente de la carne. Estamos escribiendo teatro olvidándonos de que necesitamos percibir esas palabras con todos los sentidos, que esas palabras van a estar en un tiempo y espacio determinado y que solo se logrará a través de un organismo vivo. Parece que estamos cayendo en un pensamiento “moderno”, donde la razón (texto) se separa del cuerpo (intérprete) o, mejor dicho, donde uno gana más importancia que el otro. Para mí hay que encontrar este equilibrio, esta danza, pero es solo un pensamiento en el cual estoy rumiando hoy en día. Puedo equivocarme. Por último, una imagen que creo competente a lo que digo: el panfleto que va a cambiar al mundo se está añejando en un cajón, no es ni agresivo ni político todavía, necesita de manos que lo hagan pasear por la multitud, y que esas manos después agarren piedras. Pero no hay tal mano, no hay tal cuerpo. Solo ideas que suenan lindas.
-Desde la irrupción de la serie “Adolescencia” en la plataforma Netflix parecería ser que la opinión pública descubrió que esa etapa del desarrollo personal está atravesada por la violencia, la humillación y problemas en la construcción de la identidad. “Manuelita” de alguna forma recorre los mismos tópicos. ¿Puede la ficción cumplir un rol social en tanto denuncia?
-Yo hace tiempo pienso que las obras artísticas son una forma de espejo, de pizarrón, o de lupa. Baudrillard hablaba sobre la idea de reflejo en las representaciones, o en este caso en la ficción, pero después él pasa a mencionar la “obscenidad” de los tiempos actuales con la que la realidad se representa. Y quiero tomar esta idea. Estamos en una época “obscena”, donde todo se explicita, donde todo se nos es arrojado para consumir. No hay metáforas, ni mucho menos cosas ocultas, como la vida privada y la intimidad. Redes sociales, video-blogs, etc. Los relatos son sobre “historias reales”, “bio-dramas”, “bio-pics”, “biografías”. Hay una búsqueda por lo real, por lo palpable, o por lo que tiene una sustancia empírica. Mostramos todo obscenamente. No hay lugar para la “mentira”, para el “engaño”, para la “ficción”. Una historia ficcionalizada necesita un sustento como el de: “inspirado en hechos reales”. No hay ficción argentina como la había hace unas décadas. Por eso creo que sucede lo que mencionaba en la respuesta anterior. Estamos buscando crear utopías, leyendas, mitos, mentiras para escapar a esta “verdad”: estamos buscando que la ficción tenga nuevamente ese poder transgresor y modificador. Creo que la ficción, para que vuelva a tener esa potencia social arrolladora, tendría que apostar más por su carácter fabuloso, que por la verosimilitud mediocre de los últimos años.
-Entiendo que la obra tiene elementos autobiográficos, o al menos eso parece querer dejar entrever. ¿Cómo es la experiencia de tomar la propia biografía como material de trabajo?
-La contradicción es absoluta. Palabras atrás atacaba inocentemente, o ponía en tela de juicio, las “biografías”, pero mi obra se basa en estos elementos: ¿hipocresía? No creo. Es más complejo que eso. Yo desde lo personal, tomé este recurso por una necesidad, o mejor dicho por una imposibilidad. Quería crear una obra pero sentía que no tenía sustrato suficiente para escribir teatro, entonces me pregunté: “¿de qué sé mucho?” y la respuesta fue inmediata. Aposté por la verosimilitud y por las experiencias empíricas personales para ficcionalizar el relato de este personaje. Mezclé situaciones reales con escenas falsas. Hice una pos-verdad de mi propia vida, pero sabiendo que a través de este recurso iba a crear una interpelación más poderosa con el público. Utilizar la obra como un espejo, o más bien, como una fotografía donde estamos todas las maricas. Para mí la experiencia fue catártica, fue un vómito de días, un caudal de ideas sin restricciones. Creo que fue de lo más impulsivo que he hecho en teatro, sin titubeos ni segundos pensamientos. Gran parte se lo atribuyo a mi “alejo adolescente” que quería gritar todo lo que le pasaba y que recién hace unos años se lo permitió. Fue placentero porque fue verdadero, fue auténtico. Ya pasaron unos años y con el tiempo me fui poniendo más crítico respecto a todo pero creo que Manuelita es una gran enseñanza de que hay que ser insolente y atrevido. A veces ser como un adolescente: querer romper todo y cogerse todo. Hormonal e impulsivo, cada tanto, para no ponerse snob que es otro mal del nuestro presente, pero eso es respuesta de otra pregunta propia.
“Manuelita: Todo lo que me pasó a mí o todo lo que le pasó a todo el mundo” de Alejo Sulleiro ya está disponible en formato digital para lectura on line y descarga directa.