02 • julio • 2024

📌 Argentina

Claudio Tolcachir: “Coleman habla de vínculos que atraviesan el tiempo y las culturas”

Tolcachir - Los Coleman 20 años

"La omisión de la familia Coleman" transita su temporada número 20 ininterrumpida. La obra que nació en el fondo de un PH en el barrio de Boedo, fue la gran impulsora del Teatro Timbre 4 que conocemos en la actualidad. Hablamos con su autor y director, Claudio Tolcachir, en este vigésimo aniversario.

Desde su estreno, “La omisión de la familia Coleman” lleva realizadas más de 2160 funciones, 384 de ellas en 24 países distintos y subtitulada en 8 idiomas. En su recorrido por el mundo, participó de 54 festivales internacionales y recibió 12 premios, tanto nacionales como en otros países. Si se suman todas las funciones y temporadas, la puesta ya fue vista por más de 306.000 personas. El elenco de esta vigésima temporada lo integran Cristina Maresca (Abuela), Miriam Odorico (Memé), Inda Lavalle (Verónica), Fernando Sala (Marito), Natalia Villar (Gabi), Gonzalo Ruiz (Damián), José Frezzini (Hernán) y Jorge Castaño (Médico).

“Coleman es mucho más de lo que hubiéramos podido imaginar en cuanto a resultados. La cantidad de viajes, la posibilidad de vivir de nuestra vocación, conociendo el mundo y recibiendo tanto reconocimiento es una alegría que nunca se nos naturaliza y nos sigue sorprendiendo. Pero lo que más me enorgullece es haber podido, como equipo, compartir esta convivencia con alegría. Deseamos que mucha gente conozca nuestro trabajo. Lo que nunca termina es nuestro deseo de seguir juntos”, asegura su dramaturgo y director, Claudio Tolcachir.

-¿Qué recordás de los primeros encuentros con los intérpretes cuando se estaba gestando la obra?
-Recuerdo una enorme incertidumbre y una enorme excitación. Tengo el lejano recuerdo de llamar a cada uno para decirle que quería escribir una obra, que nunca lo había hecho, que tenía ganas de hacer algo juntos, que me imaginaba un poco de los personajes que quería hacer, pero que sabía muy poco de la obra. Así que tengo el recuerdo del nerviosismo y la responsabilidad de llamar actores, que además eran amigos, para embarcarse en algo que era realmente pura incertidumbre. Después recuerdo pensar mucho en ellos porque los personajes estaban creados para ellos y de alguna manera la intención era, por un lado, proponerles un personaje que fuera diverso, diferente a lo que habíamos trabajado juntos o incluso diferente a lo que solían hacer en otras obras o lo que conocían de ellos. Y también aprovecharme de cosas muy particulares que yo conocía de ellos por ser tan amigos, de particularidades, de colores, de características que me encantaban de ellos en nuestra vida cotidiana y me daban ganas de llevar eso al escenario. Era un poco de mezcla de probar algo diverso y también algo que era muy privado, muy conocido nuestro, muy interno nuestro, que queríamos llevar al escenario. Los primeros ensayos yo intentaba no decirles demasiado sobre los personajes porque sentía que si yo hablaba de cómo eran ellos iban a querer actuar y mi intención era más ir construyendo un ser a partir de ciertas informaciones que iban surgiendo, ciertas obsesiones, ciertas historias que muchas veces eran en secreto. Yo iba construyendo con ellos historias secretas en cada improvisación que hacíamos. Fue un poco como crear una familia a la que yo podía conocer: digamos que en esas improvisaciones no apareció mucho de lo que sucede en la obra, pero sí aparecieron sus voces y la manera de pensar, la cadencia del hablar o ciertas situaciones que se probaron. Pero no es que de golpe improvisamos y ya era la obra. Lo que pasa es que ellos eran grandes improvisadores, entonces había de pronto situaciones que eran maravillosas y que incluso yo sentía que no iba a poder escribir algo que fuera tan brillante.

-¿Qué se mantuvo de ese trabajo, qué fueron dejando atrás en el proceso de funciones y qué fueron encontrando?
-Creo que mucha historia, son personajes que tienen mucha historia, no historia escrita, no historia biográfica, pero sí mucho universo personal. ¿Qué cosas se perdieron? No lo sé, porque yo siento que los actores que están desde el comienzo no perdieron nada, sino que lo fueron engrosando, lo fueron haciendo crecer y lo fueron universalizando. Los personajes fueron creciendo con ellos, nunca se volvieron maqueta, nunca se volvieron lineales, fueron creciendo. Los actores que se sumaron la intención siempre fue que no imitaran a los que estaban antes, sino que hicieran de ese personaje también una propuesta personal. Eso es lo más conmovedor, que siempre ellos están vivos, en cada función intentan que esté viva y que esté limpia y que esté precisa. Son muy cuidadosos de la obra y eso siempre es muy conmovedor.

-Cuando una obra se sostiene tanto tiempo suele ser generalmente porque interpela más allá de su coyuntura histórico-epocal. ¿Cuáles te parece que son las causas para que Coleman se haya convertido en este fenómeno que ya atraviesa dos décadas?
-Honestamente, no lo sé. Es una obra y un elenco que evidentemente tiene un ángel especial y una conexión con el público que va más allá del tiempo, de los teatros donde se hace y de los países donde se hizo. Creo que quizá lo más interesante es que, aparentemente, habla de una familia, pero no, habla de otras cosas y creo que entonces es como un buen caballo de Troya para hablar de sistemas sociales, sistemas vinculares que atraviesan el tiempo y atraviesan las culturas y el público se siente reconocido. Cómo funcionamos entre nosotros en la desesperación, la inmadurez, el egoísmo… Para mí lo más profundo de Coleman es que todos somos conscientes de lo que está pasando, todos sabemos lo que está pasando y todos sabemos lo que puede pasar y, sin embargo, muchas personas sienten que no tienen porqué hacerse cargo. Y después sobre el cadáver todos decimos “que terrible lo que pasó” y todos sabíamos que esa persona que estaba en la calle en el frío se iba a morir. Y en el fondo creo que es eso lo más conmovedor, que todos son incapaces y cómplices de la tragedia y en eso creo que todas las sociedades se sienten también involucradas.

-“La omisión de la familia Coleman” recorrió muchos festivales por todo el mundo en todos estos años. La obra aborda una problemática familiar que en principio parecería muy local, muy argentina. ¿Cómo creés que se lee la obra en otras culturas y regiones, a veces, tan diferentes?
-Me parece que las obras tienen un argumento que es cáscara del relato, lo que menos importa. Es verdad que Coleman siempre se ha presentado como una obra familiar y eso a mí siempre me dio mucha sorpresa porque no era mi intención para nada y nada me interesa menos que indagar el mundo familiar. Yo creo que es de alguna manera como un ensayo de algo social, de cómo funcionan las personas, las alianzas, las miserias y los secretos, cómo funciona el mundo. Puede ser una familia o pueden ser otros sistemas. En este caso es una familia, pero no es la familia lo importante, sino las relaciones entre las personas. Por eso decir que es una familia disfuncional o no… Me parece interesante también que los otros le puedan dar un nombre a lo que ven, es muy conmovedor y es muy hermoso. Pero en ningún caso, salvo en algún país, decían “esto me conmueve porque así debe ser Latinoamérica o así debe ser Argentina”. Recuerdo en Dublín, por ejemplo, que preguntaban si nos habíamos inspirado en una familia irlandesa. Todo el mundo lo sentía propio, todo el mundo lo conocía. Creo que por suerte no fue la intención hacer algo que todo el mundo conociera, pero sin embargo pasó, más allá de nosotros, y nos dio muchas alegrías. Aún hoy, tal vez por lo cíclico de nuestra historia política o tal vez por lo que sucede en el mundo, la obra sigue teniendo un valor enorme, porque si hablamos de omitir, de no hacerse cargo, de no hacerse responsable de lo que se hace, tal vez estamos en un periodo tremendamente doloroso en ese sentido.

-¿Cómo te plantás frente a la posibilidad de que Coleman ocupe un lugar en el catálogo de obras clásicas del teatro nacional?
-Es hermoso si fuera que es así, no lo sé. Será post mortem y solo lo sabrán mis hijos. Ahora te podría decir que me encanta que nos haya sucedido esta obra. Que por el mundo me encuentre con gente que me pregunta cómo están los Coleman como si fueran personas que están vivas y que están en un lugar, y que me sigan contando cuando la vieron qué les pasó. Es muy conmovedor. Supongo que pasa muy pocas veces en la vida y es obviamente una fantasía, una maravilla, haberlo vivido y haberlo vivido juntos, con mis amigos, con mis compañeros de la escuela, con mis amigos de teatro y haber sido un impulso muy grande para el crecimiento de Timbre 4, para conocer diferentes lugares del mundo. Así que mucha alegría. Yo personalmente por supuesto tengo mis ambiciones, pero no es que aspire a algo. Creo que la maravilla son las experiencias que se pueden tener y Coleman fue todo una experiencia muy hermosa, lo sigue siendo. Hacerla juntos, vivir la sorpresa de la reacción del público, empezar a viajar, tantas cosas hermosas. Y seguir queriéndonos, seguir eligiéndonos, cuidando la obra y acompañándola en el camino de cada uno. Sobre todo lo lindo es sentir que a la gente que la vio le quedó una marca o le quedó un buen recuerdo de la obra.

La temporada 20 de “La omisión de la familia Coleman” puede verse los viernes a las 21.45 en Timbre 4, México 3554 – CABA.

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