Una novela. Una primera novela que, sin duda, es una entrada por la puerta grande a la narrativa argentina. Malnacidos de Natalia Villamil nos transporta a un paisaje de un modo particular: no lo hace a través de la descripción sino del lenguaje. Al final de la lectura, en la última página, se termina de armar el rompecabezas. No es una narrativa para lectores impacientes.
Una propuesta que oscila en las voces y en los acontecimientos, que alterna tiempos y espacios, es más, un mismo acontecimiento es relatado por un mismo personaje cambiando el foco. Entonces, la perspectiva se amplía, aparecen detalles que habían quedado ocultos y se completan con el cambio de focalización. Pero además de la protagonista que narra hay una voz en tercera. “Era ese puñado de sueños armado de todas las lágrimas que se había tragado” descripción del padre desde la perspectiva de una de las dos hijas. Construimos un personaje con sus datos.
Componemos los recuerdos de a retazos. Con narraciones de alguien que todo lo sabe, incluso los pensamientos, las sensaciones, las dudas. Ninguno podría saber tanto. Omnisciente, sí pero muy particular porque cuando cuenta se corrige, busca las palabras, las ajusta, en ocasiones, se contradice. ¿Cuál es el hoy de un recuerdo que permanece? La percepción de un sonido de un personaje que, además, se va de la historia antes de tiempo, antes del final. Para no excederse en la suma de narradores, el discurso directo también aporta perspectivas; la madre que habla “Como un redondel, dotor. Me agarra una tristeza (…)”. Ahora bien, que nadie piense que existe una reproducción o una búsqueda de reproducción de una lengua oral que remita a la ausencia de poesía, a una lengua llana, seca, si la protagonista más embrutecida es capaz de decir “Y la luna como una asesina. Y el cielo como un espejo roto. Ahí en ese lugar de porquería, dotor, las madres no quieren a sus crías”. El despojo de la “c” en la palabra “doctor” es apenas un indicio lejano de quien habla, apenas la marca para reconfirmar que no nos estamos equivocando, que no perdimos la referencia. Nada más.
Una especie de Bildungsroman, una transición a la vida adulta con todos los condimentos que implica pero resalto “especie” porque si en el subgénero se prevé un aprendizaje, una formación ¿qué es lo que se puede aprender aquí? Sin duda, cosas totalmente distintas de lo que plantean las características de este tipo de escrituras. Como corresponde, corrida, desviada. Malnacidos está construida sobre un desplazamiento: el lenguaje, el género, el espacio y las costumbres, todo retratado renunciando al costumbrismo. Tematizaciones sorpresivas, como el de la salud mental en un ambiente imprevisto. De nuevo la tercera. Sí, esa narradora o narrador, no lo sabemos que nos siembra la duda. Pero hay más: cuando esa narradora en tercera se hace cargo da pistas de que conoce toda la historia y va diseminando indicios, mínimos para que los recuperemos en algún otro capítulo. Hace devenir al lector en una especie de detective que reconoce el signo que en otro lado parecía un simple objeto. Entonces, anclamos espacio, tiempo y saberes. Porque los saberes también se van distribuyendo a cuentagotas.
Decía que quien narra en tercera duda. Aún más, nos engaña. Nos presenta una situación que será desmentida por su protagonista. ¿Qué es lo que “vemos”, lo que “escuchamos”? ¿Quién funciona como garantía del relato? ¿Existe algún tipo de garantía? Se nos van desarmando los personajes que cuidadosamente construimos con los datos que nos aportaron. No es ilógico, lo que piensa una hija, lo que sabe de su padre, puede no coincidir en absoluto con lo que piensa y sabe su madre. Entonces reformulamos el personaje que armamos en nuestra cabeza. Y cuando tenemos en claro eso, nos decidimos a desconfiar de lo próximo que nos cuenten. Pero es imposible porque las palabras nos envuelven, nos seducen. ¿Qué otra posibilidad que dejarse llevar? Una familia, un campo, unos patrones, un médico en la lejanía, algunas diversiones, un sol, varias tormentas, una doña algo bruja… piezas para una narración en la que la suma de las partes nunca constituye una totalidad. Un recorrido por un campo, una cabalgata por la siesta, una visita a un galpón de pesadilla. Un oscilar entre el recuerdo y el olvido, los sucesos que se vuelan como los techos en la tormenta pero que retornan hechos trizas para propagarse como restos.
Y entramados, como quien no quiere la cosa, surgen como fracturas expuestas, injusticias, sueños inexplicables, deseos, desiertos, llantos, pulsiones de muerte, huidas. A medida que se acerca el final de las páginas (que no puede asimilarse al final de la historia) aparecen más relatos, los huecos se completan, las piezas que faltan parecen encastrar. Es probable que el lector vaya observando, con alivio, que lo que había quedado inexplicado comenzará a completarse. Poco dura esa sensación. La aparición de piezas que sobran, que exceden, que explican otro tipo de cosas pueden hacer volver sobre lo leído para confirmar que no había sido un error.
Cuando se busca confundir a un personaje, la confusión nos toca. ¿En qué fila de verdades nos ponemos? Nos llevan casi, casi a un pasito del abismo. Pero no nos hacen saltar. Un guiño, un nuevo giro. Y la sorpresa final que no es -como corresponde- demasiado grande es un rastro de otra cosa, por supuesto, inesperada.