Las casas en la infancia siempre están llenas de viejas historias, esas que se escuchan una y mil veces. Con el paso del tiempo van tomando otras formas y colores, eso a mí me encanta: no saber qué tan real o inventado va siendo el recuerdo. En la mía, las historias de circos, carruajes, obras, incendios, inundaciones y giras eran las que más se escuchaban, gauchos que luchaban y viajes a montones. Una va creciendo y algunos de esos recuerdos se van olvidando, pero hay algo muy chiquito, casi imperceptible que nunca se pierde, y es la identidad de dónde venimos.
Algo quedó en mí, aunque no se nombrara. Arranqué a hacer teatro de muy chica, en la casa de la cultura de Ramos Mejía, que vergüenza me daba ir, pero iba, duré poco. Luego de más grande volví a sumarme a otro taller en mi escuela, y allí entre improvisaciones, juegos y escenas, comprendí que yo era para esto, me gustaba, me salía bien. Un día en una clase, mi profesor decide hablar de teatro, hoy no íbamos a poner el cuerpo, hoy íbamos a escuchar, preguntar y sumergirnos en los comienzos del teatro nacional, y ahí estaba yo, escuchando como él nombraba con orgullo, amor y entusiasmo a la familia PODESTÁ: “¡Eran gigantes! ¡Magníficos! ¡Únicos! Los mejores”, según mi profesor.
Yo sólo escuché, guardé cada cosa que él contó en mí, seguí escuchando y entendiendo que esas eran las historias de mi casa, y que sus protagonistas eran de donde yo venía. No dije nada. Me volví a casa con mi cabeza y corazón lleno de imágenes que, en ese momento, siendo más grande, tomaron otra dimensión. Esa era mi familia. Así iban pasando los días del taller y yo sin poder nombrar mi propia historia, mi amiga Morena, me decía“dale, contá que es tu familia, contales a todes”, a mí una responsabilidad enorme me inundaba, ¿cómo iba a explicar que de ahí venía? ¡Iban a esperar mucho de mí, iba a tener que ser brillante, una verdadera Podestá! Prefería el anonimato, ser una estudiante más que estaba aprendiendo, que en realidad es lo que yo era…. una estudiante más que estaba aprendiendo.
Llegaban las carretas atravesando pueblos, solo el paso de estas anunciaba que el circo había llegado, era en ese momento la mejor publicidad; allá a lo lejos, en algún descampado, la carpa comenzaba a levantarse, se armaba todo y solo quedaba esperar a que el público llegara, le contaba mi bisabuela Catalina a mi mamá. –“Arturo, no va a venir nadie”– decía Catalina, él aseguraba que ya vendrían. A los lejos las luces de los faroles, de vecinos, vecinas, y de los carros, se iban acercando y cuando todo el pueblo colmaba la carpa, no quedaba más que comenzar la función. Los oídos de esa niña, mi mamá y luego los míos se fueron llenando de imágenes y sensaciones de otras épocas vividas, sensaciones palpables para una niña que sueña y puede ver con sólo cerrar sus ojos a un circo lleno de teatro. Y como la identidad se hereda, pero también se construye, fue que yo fui armando y aceptando, con el tiempo, esta herencia que cuenta con historias, viajes, y sobre todo con la responsabilidad de no dejarla morir.
Un día, sin querer y como suceden las cosas más verdaderas, me encontré armando mi propio circo: Las Quemando. Una compañía de trece femineidades, que hace once años viajamos por todos lados, creamos nuestros espectáculos, somos amigas de toda la vida que elegimos hacer teatro independiente, viajar con las familias, les hijes, las maridas, les compas. Así fue que crecí en este arte tan maravilloso de ser clown, ser actriz, pero sobre todo sentir lo que es tener tu compañía, enorme, ser muchas, viajar, llenar cada sala a la que fuimos, crecer con el tiempo, ser gigantes en nuestro hacer. Después de muchos años de teatro y giras con Las Quemando, y junto a mis dos directoras, Yanina Frankel y Rosalia Jimenez, comprendí que ya era hora de contar mi propia historia, de seguir escribiéndola. Mi abuelo Pablo, hermano de mi tío Pichi, Gerónimo Podestá, de muy pequeño ya pisaba los escenarios, a sus cinco años interpretaba junto a su padre, Arturo, la obra El arlequin.
–“Pablo, no podes llorar estamos actuando. Vos solo reí, papá no siente eso, no es a vos que te lo está diciendo, dale volvamos a ensayar la misma escena, ya va a salir”. Un hombre fuerte y duro toma del cuello a su pequeño hijo, que padece un retraso. Intenta ahogarlo, antes lo mira a los ojos y le dice todo lo que hubiera deseado de él, todos los sueños frustrados como padre. Su hijo solo sigue jugando y ríe, no comprende tanto dolor ni el rechazo de su padre.
¿Cómo dimensionar cada anécdota que fui escuchando? Cada imagen se hizo carne en mí, como un mandato que en silencio esperaba que yo pudiera ponerle voz y cuerpo a tanta historia recorrida, necesité tiempo para poder pararme y decir de acá vengo, esta soy yo y además soy actriz. Las Quemando tuvieron mucho que ver. Cuando arrancamos el proceso de Podestá, mi unipersonal de clown, lo primero que me mandaron a hacer mis directoras fue leer, investigar, volver a pedirle a mi familia que me cuente una y mil veces más cada historia, desempolvar el recuerdo, así lo hice. Fue un tiempo para adentro, conmigo, muy íntimo, yo y mi cuaderno que iba atesorando todo lo que me resonaba y anhelaba poder contar en esta obra.
Arranqué con Medio siglo de farándula, libro que escribió José Podestá, más reconocido como Pepino el 88. Volver a leer este libro fue revelador , adentrarme en la historia, llenarme de anécdotas, de obras, de nombres de compañías de circo, de autores de la época, de actores , actrices… sentir que la historia me la estaba contando Pepino. Fueron muchos meses de investigación. En 1873 José Podestá junto a varios compañeros, improvisa una especie de circo en un galpón Filo dramático Juventud Unida. En 1875 se suma a la compañía ecuestre de Félix Henault. Es esta, su iniciación oficial y debe realizar ejercicios arriesgadísimos en el trapecio. En 1877 embarca a toda su familia en la aventura nómade del circo. Se suma a la compañía de Pablo Rafetto y recorren toda la campiña Uruguaya. En 1881 nace Pepino el 88.
Y así los años van transcurriendo y la historia lentamente se va escribiendo, gira tras gira. Hundirme en este libro me hizo sentir que estaba escuchando cómo Pepino me contaba un cuento interminable. Entre tantos libros, lecturas y autores descubrí que había un libro de Blanca Podestá: Algunos recuerdos de mi vida artística. Y la voz de Blanca se hizo presente también, las palabras de ella hablando de Pablo Podestá, el más chiquito de la troupe, su tío, me hicieron sentir una profunda empatía por él. Comencé a sentir sus voces contándome en primera persona sus recuerdos, a entender sus vínculos y la empatía o no entre elles y mi propio sentir, también se despertaba. “Muchos años han transcurrido desde el día en que él desapareció.
Y cada vez que se lo nombra, su visión se va agrandando… y no solo en el recuerdo de quienes lo conocieron, sino en el fervor de todos aquellos que por su corta edad no llegaron a sentir la sugestión de su arte. Cuando Pablo vivía los autores lo rodeaban brindándoles creaciones que jamás se olvidarán. La principal característica de Pablo era la potencia dominadora de encarar la vida, era una vibración de arte. Con su maravillosa intuición supo hacer la tragedia y supo triunfar rotundamente en la comedia ¿acaso hay quién lo haya superado en sus aciertos cómicos? Para Pablo no había nada imposible. Pero el gran secreto de su dominio, era la bondad”. Palabras de Blanca Podestá en su libro Algunos recuerdos de mi vida artística, año 1951. La voz de María Esther Podestá también se hizo escuchar, en su libro Desde ya y sin interrupciones:“Blanca era una mujer fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que encubría sus apacibles sentimientos. Como actriz tuvo la primera influencia de equilibrio de su padre, Jerónimo, y la segunda de Pablo, su tío, de quien fue primera actriz en temporadas memorables y a quien se le acercó en equivalencia de temperamento.
Tal vez Blanca elegante e imponente se debatió siempre entre su femineidad y una voz más bien ronca”. En marzo del 2019 nos encontramos con Yanina Frankel, mi amiga y una de las directoras de Podestá, en el valle de Traslasierra donde desde hace muchos años vivo. Ella viajó para que podamos tener seis días de trabajo. Varios fueron los viajes y los encuentros. Claramente ya no era la misma de cuando arrancamos a pensar esta obra, miles de imágenes llevaba conmigo, muchas historias nuevas me habitaban. Podía armar el árbol, contarle cuál era mi rama, quién había conquistado mi ser, en qué año, dónde, cómo. Me encantaba estar ahí parada. Mucha información, muchas imágenes y tiempo para jugar y encontrar la historia que queríamos contar. El camino era largo pero todo estaba dado para hacerlo. El valle, donde vivo, es tranquilo y mi casa está rodeada de muchos árboles y monte. Durante los días que comenzamos a ponerle cuerpo a esta historia, fueron las mañanas las que nos encontraron entre mates y risas con la mesa de la cocina llena de libros, recortes, programas y fotos de mi familia.
Muchas horas pasábamos adentrándonos en la historia, viajábamos varios años atrás así nos sumergimos muy de apoco en lo que luego serían los grandes disparadores, a la hora de poner el cuerpo. Encontramos en el clown la herramienta perfecta para narrar este unipersonal, ya que la técnica nos invita a trabajar con los más veraces sentimientos, y donde la mentira no tiene lugar. El clown trabaja con las emociones, muestra su parte más vulnerable y tiene la capacidad infinita del juego sin tiempo ni limite. Este unipersonal nació del deseo profundo de encontrarme con mi árbol de poder contar esta historia que habla sobre todas las cosas, de la identidad y de la memoria. No dejarla morir, no permitirme ni permitirles que olvidemos las raíces del teatro nacional que es mi identidad sin dudas pero también es la de todes ustedes.
Minibio Gisela Podestá
Es actriz, clown, periodista y docente. Es Egresada de la Carrera de Investigación Periodística de la Universidad de Madres de Plaza de Mayo. Como actriz se formó en el Profesorado de Teatro de Morón y en la Escuela de Teatro El Baldío. Completa su formación como actriz con Sergio Boris y Daniel Lewis, Pompeyo Audivert y Andrea Garrote. Ha dedicado los últimos años a profundizar e indagar en la técnica del Clown con Yanina Frankel, Valeria Maldonado, Cristina Martí y Darío Levin. Desde hace 11 años reside en Villa de las Rosas, Provincia de Córdoba, donde se desempeña como docente. También dicta clases de teatro para niñes, jóvenes y adultes junto a Mariana Cabrol en el Valle de Traslasierra. Desde el 2011 es miembro de la compañía “Las Quemando”. En el 2020 estreno un unipersonal bajo la dirección de Yanina Frankel y Rosalia Jimenez, llamado Podestá, donde narra la historia de los comienzos del teatro nacional, contando también el árbol genealógico de les Podestá, del cual ella es parte.