15 • noviembre • 2022

📌 Chaco

Carlos Canto. La imperiosa necesidad del otro

Entrevista de Ulises Camargo publicada en Cuadernos de Picadero N° 41: Imprescindibles de la Escena Nacional.

Carlos Canto retrato

En 2021 el Instituto Nacional del Teatro presentó un ciclo de conversaciones con destacados referentes de la escena teatral del país, que se emitieron a través del canal de YouTube bajo el nombre "Imprescindibles de la escena nacional".

Ulises Camargo: Estás en actividad constante como actor, director, gestor. ¿Qué llegó primero el actor, el director, las ganas de producir, gestionar?

Carlos Canto: Llegó primero el deseo de actuar. Mi padre era jugador de futbol y mi madre empleada pública, es decir, no tenía ningún vínculo familiar con ese mundo. Una vez leí en un diario un aviso de inicio de un taller de teatro. Me llamó la atención y como sabía que no me iban a dar permiso, dije que me iba a la casa de un amiguito y me fui a ver en qué consistía ese taller. Resulta que estaba a cargo de uno de los precursores del teatro chaqueño, Poen Alarcón, una figura destacada, integrante del Teatro El Tablado. Me recibió muy bien, yo iba a curiosear, pero no me dio ni tiempo para pensarlo y ya estaba adentro. Nunca más dejé el teatro. Tres meses después estrenábamos Farsa del corazón de Atilio Betti. Tuve el placer de compartir con gente que venía trabajando desde hacía varios años atrás. Después de ese estreno quise seguir actuando. Me fui apasionando, yo era feliz en el escenario. La vida después me llevó a meterme en el teatro de la Universidad, de la UNNE. Yo era muy joven, pero se ve que era bastante cargoso porque, aunque me habían dicho que era solo para universitarios, terminé entrando. Allí conocí a Dante Cena, a Héctor Veronese, con el que trabajé muchos años después. A ese lugar llegaban muchos maestros de Buenos Aires que hacían asistencias y yo fui aprendiendo de todos ellos.

Ulises Camargo: Si tuvieras que contarme, como actor, dos papeles que te hayan marcado, que te hayan quedado en el corazón, que te ayudaron a crecer actoralmente, ¿cuáles serían?

Carlos Canto: El primero que tengo que elegir es el personaje con el que subí al escenario por primera vez, Sandro, de Farsa del corazón. Lo elijo porque fue la primera vez que me transformé en otro y no tenía muchas herramientas para esa transformación. Así que puse mucho de mi personalidad. Me marcó muchísimo, podría decir que perdí mi yo y me convertí en otro. La verdad es que me pasó pocas veces y lo busqué siempre. Cada vez que llegaba un maestro a Resistencia yo preguntaba e insistía sobre esta cuestión de la transformación, con esa idea de mantener el yo observador para controlar el personaje, pero darme el gusto de ser otro. Recién en 1983 apareció otra vez esa magia. Pero ya estudiada, conducida por un maestro como fue Carlos Schwaderer, con Gladis Gómez, también, en la escuela provincial. Los tuve de maestros, ya con una metodología y cuatro años de trabajo intenso. En ese contexto, Carlos escribe Los perros y me da el personaje de un viejo sabio, correntino. Me ayudó a componerlo. Los perros se transformó en una obra muy especial. Nos eligieron para un regional, en el momento en que había premios y luego llegamos al Teatro Cervantes y competimos con otras regiones y ganamos nosotros. Me sucedió algo particular, además. Cuando era chico yo pensaba que el éxito solo se conseguía en Buenos Aires, en la gran ciudad. No sé bien qué idea tenía del triunfo, pero, para mí, si te iba bien ahí, te hacías conocido en todo el país. Y la verdad es que con esa obra se me dio todo. El personaje llegaba, el periodismo me hacía notas, me pedían autógrafos, me esperaban para saludarme. Me sentía una persona importante. Para un actor chaqueño que nacía era muy particular. Eso sí, en Resistencia habíamos hecho solamente dos funciones. En 1993 la retomo como director y como actor, haciendo el mismo papel que antes. Ya con actores de Villa Ángela, Chaco. Le pedí la autorización a Carlos que me dijo enseguida que sí. En este elenco se sumaron músicos y así tuve mi doble función: actor y director.

Ulises Camargo: Me acuerdo de que una vez contaste algo que me llamó la atención de la inclusión de un perro en la obra.

Carlos Canto: La obra trataba de una perrera municipal. Era una gran metáfora. Acordate que salíamos del proceso militar cuando fue escrita. Las perreras existían, se perseguía y cazaba a los animales sueltos de la calle y se los sacrificaba. Había una terrible referencia a lo que habíamos pasado. Los perros termina en una terrible matanza, de humanos y de animales. El viejo correntino es el único que se salva, al final se escucha, también el ladrido de un perrito. La obra recorrió el país, entonces, íbamos a los lugares donde se daban en adopción perritos y nos llevábamos un cachorrito para la obra. A veces, no conseguíamos, y me tocaba trabajar con un perro grande y lo tenía que alzar y acariciar. Al final yo decía un monólogo y se escuchaba un ladrido; el viejo correntino bautizaba al perro con una palabra “cuyumbaé” que quiere decir “esperanza.” Esta obra nos marcó a todos. No solo a los que la hicimos. Permitió, además, que se conociera el teatro de Chaco, nuestra manera de ser, de actuar. Tuvo trascendencia periodística, cambió la mirada que tenía el resto del país para con el teatro chaqueño.

Ulises Camargo: ¿Qué significa para vos hacer un personaje, componerlo? ¿Qué debe hacer un actor si tiene que encarnar a un personaje lejano, por edad, por región?

Carlos Canto: Yo no puedo decir “qué hay que hacer” porque cada uno tiene su librito. Puedo decir lo que yo hice. La dirección de un maestro de actores me facilitó el trabajo. Carlos tenía muy claro cómo era el personaje y me fue tirando consignas en los trabajos de improvisación, yo me propuse lograr el ser correntino, mi personaje era parsimonioso, de los que estaban siempre pensando, madurando lo que va a decir. Creo que lo que más me costó, por la edad que yo tenía- era ágil, rápido- tuve que trabajar mucho para lograr eso, encontrar un tono de voz, el personaje mascaba tabaco, eso me ayudó, me puse una bolsita de polietileno que me armaba el cachete. Fueron ensayos muy largos. Yo tenía que sacarme de encima tensiones musculares, cada vez que lograba algo lo disfrutaba muchísimo. Carlos Schwaderer me decía: Encontraste un 80%, el 20% que falta lo vas a conseguir en las funciones. Y fue cierto, fui descubriendo más posibilidades en el escenario. Tuve que aprender a manejar un lazo, pero aprender me emocionaba.

Ulises Camargo: Se ve que amaste ese personaje; creo que podría ser una metáfora de lo que significa el teatro, el trabajo grupal, colectivo, recíproco.

Carlos Canto: Sin dudas, creo que soy muy afortunado de haber vivido en un ámbito colectivo. Desde el principio aprendí con Alarcón que, para ser importante, tiene que ser importante el grupo en el que estás. El teatro universitario tenía esa finalidad, abrir cabezas, lograr que quien saliera de ahí tuviera la mente más abierta. Tuve la suerte de integrar grupos con mucha polenta y de tener maestros que siempre defendieron lo colectivo y me quitaron la idea, que muchos teníamos, de transformarnos en personas importantes, de ser divos. Ahí me demostraron que ser divo no servía para nada, que se necesita del otro. Aprendí eso y ahora se lo muestro a mis alumnos. El teatro me abrió la puerta a muchísimas cosas. Incluso a mi pareja. En 1977, Susana empezaba la escuela de formación actoral y yo la terminaba. Ahí nos conocimos. También aprendí que del teatro no se podía vivir. Nuestros hijos necesitaban comer. Hacíamos teatro, se llenaba, nos ovacionaban, pero al final de la función nunca quedaba nada. Uno quería el aplauso, pero los hijos me fueron marcando la necesidad y mi mujer hacía lo mismo que yo, así que… También me abrió las puertas al conocimiento, a la realidad que me rodeaba, a un teatro social, comunitario. Recorríamos los pueblos, los barrios, encontramos público apasionado, pero viviendo situaciones vulnerables. Gracias al teatro pude viajar, conocer ciudades, que de otra manera no hubiese conocido. Recorrí el país de punta a punta. También estuve en el periodismo, la locución. Me escuchaban y me decían ¿No te animás a ser locutor? Y sí, me tenía que animar. Por necesidad y porque creía que lo podía hacer. Así que fui locutor de programa de radio muy escuchado, fui periodista, fue director de cultura de la municipalidad, hice de todo.

Ulises Camargo: Vos tenías las herramientas y eso te dio seguridad para irte adaptando a esos trabajos y a ir enfrentándolos con éxito.

Carlos Canto: Tenía las herramientas y tuve que hacerme el valiente. En cine me presenté a un casting para la película Quebracho (no sabía que se trataba de esa película) y dije que sabía montar y manejar armas. Me eligieron para un personaje muy chiquito ¡y me tocó compartir habitación de hotel con Juan Carlos Gené, Héctor Pellegrini y Lautaro Murúa! Unos actores increíbles. Ellos hablaban de teatro y de política y yo escuchaba. Todo eso era enseñanza, me daban consejos. Tuve un curso intensivo ahí. Ahora, sí el día que me tocó subir al caballo tuve un miedo… Después ya me animé al cine, a la televisión. Yo era tímido, pero me inventaba personajes.

Ulises Camargo: ¿Qué personaje de algún colega recordás? ¿Y por qué lo recordás?

Carlos Canto: Uy, hay muchísimos. Me ponés en un compromiso. Diría uno que tiene que ver con mi maestro, Carlos, que hacía el personaje de Stefano de Discépolo. En ese momento yo hacía de su hijo. Él componía un personaje impresionante, todo lo que enseñaba en la escuela después lo ponía en práctica. Él iba dos horas antes de la función a hacer el pre-escénico: estaba componiendo mientras se vestía. Cada capa de ropa iba vistiendo al personaje y ya empezaba a trabajar con la voz, a ser el personaje. Yo lo admiraba. Después en el escenario su personaje conmovía no solo al público, también a sus compañeros. Yo quería parecerme a él.

Ulises Camargo: ¿Y el oficio del director? Se toca en algunos puntos con el actor, pero no en todo. Qué valioso es cuando un director actúa. ¿Cuándo nace el director? Vos nunca abandonaste al actor, pero en qué momento sentís que iniciaste tu camino de director. ¿Lo recordás?

Carlos Canto: Tengo, por suerte, muy buena memoria. Me acuerdo hasta de los detalles. Me tocó dirigir en el teatro universitario. Héctor Veronese era el director y a los dos años de haber hecho obras para chicos y para adultos, se forma un taller juvenil en la universidad. Nosotros ya teníamos unos años y aparecen nuevos actores. Me dan a mí el taller de adolescentes para que lo dirija. Yo le decía que no quería dirigir, que quería actuar, pero cuando empecé me di cuenta de que me sentía cómodo y de que podía sugerir cosas. Después me contrató el gobierno de la provincia para ser promotor cultural. Nuestra misión era promover el teatro en las localidades de Chaco, ir por los lugares más alejados, organizar charlas y formar grupos. Viajé por el interior y me enamoré del interior. Me cambió la vida. Armé elencos con gente que era mayor que yo. Me gustaba viajar, llegar a un pueblo, encontrar a gente interesada en saber qué era el teatro. Me la pasé estrenando, dirigiendo obras y elegía autores nacionales y propuestas potentes. Convocaba a mucha gente, el pueblo entero iba al estreno. Eso me llevó a ser director a la fuerza. Trabajar con personas que no eran actores, tenía la doble misión de formarlos actoralmente y de fantasear puestas en escena. Yo sueño una puesta -que suelen ser bastante delirantes- y luego trato de ponerlo arriba del escenario. Yo dirigí puestas muy locas para la época, arriesgadas, que rompían con lo que se estaba haciendo. Rompía con la cuarta pared, los actores entraban desde la calle, claro, con los recursos que teníamos. No solo me transformé en director sino también en gestor, productor porque tenía que recorrer el pueblo, hablar con la gente y en función de eso yo armaba la adaptación de la obra. Siempre me gustó trabajar con mucha gente. La gente se arrimaba para ver quiénes eran esos locos que hacían teatro. Tengo una anécdota. Una de las veces, como promotor cultural, me recibe un comisario y me cita para que vaya a su oficina, era la época del proceso. La sorpresa fue que me dijo “Yo quiero hacer teatro, es una deuda pendiente de toda mi vida”. Le dije que no lo iban a dejar y me propuso que le creara un personaje con máscara. En síntesis, hicimos El carnaval del diablo de Ponferrada, y ahí estaba con máscara. Como ésa, miles.

Ulises Camargo: ¿Cómo fue esa época?

Carlos Canto: Carlos Schwaderer y Gladis Gómez llegan al Chaco corridos, tal vez, por lo que se venía. Ya se hablaba del golpe. Se ponen a trabajar con lo que sabían, ellos habían trabajado con Ariel Bufano. Me uní a ellos y formamos el grupo de teatro Uno, no muchos se animaban en ese entonces. Ahí estaban Poen Alarcón, Carlos, Gladis, José Fuentes- mi amigo de toda la vida- y yo. Llega el golpe. Nosotros habíamos montado un teatrito en la ciudad de Resistencia que se llamaba Instituto del Teatro. Resulta que Susana tenía gente conocida y nos avisaban si iban a venir, entonces, escondíamos los libros que era lo único que teníamos. A veces, se llevaban a uno, protestábamos, lo largaban. En esa época fuimos promotores. Yo venía de trabajar con pueblos originarios de Villa Ángela, mocovíes, siempre tenía a alguien espiando. Así que usamos la psicología inversa. Nos fuimos al ejército y le dijimos al comandante que éramos actores y que queríamos hacer teatro para los soldados. Llevamos Stefano. Resulta que para esa época se hizo la fiesta nacional en Chaco ¿y quiénes ayudaron con la comida para los teatristas de todo el país? El ejército. Íbamos al interior en los camiones de los soldados.

Ulises Camargo: Ahora te pregunto por el Carlos Canto gestor. Llevás adelante una hermosa sala, Septiembre. Contame su inicio y su actividad.

Carlos Canto: Yo soy de Resistencia, a los treinta y tantos me fui a Villa Ángela y me quedé nueve años ahí. De ahí me buscan de un canal de televisión de Sáenz Peña para que fuera a dirigir el estudio mayor. Paralelamente estaba haciendo Los perros y paralelamente también, se acerca una mujer que quería que fuera a Sáenz Peña a dirigirlos, un día a la semana. Frente a esa oferta dije que sí a ambas cosas: a la dirección y al canal de TV. Ahí, a instancias de Elsi Villagra formo el grupo Septiembre.

Ulises Camargo: Al lado de tu sala pasa el tren. Uno puede pensar que es como una metáfora…

Carlos Canto: El grupo Septiembre no tenía lugar para ensayar. Y veíamos el galpón del ferrocarril que estaba abandonado- estábamos en los ’90-. Levantamos un portón y nos metimos. Y lo fuimos transformando. La primera sala de teatro de Sáenz Peña. Ahí me siento feliz y útil. Para cerrar, yo admiro a mis colegas chaqueños y de la región y no quise nombrar a ninguno para no olvidarme de nadie.

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