−Cuando escribís teatro, ¿la música tiene algún tipo de implicancia en tu escritura?
−Me gusta pensar que cuando escribo teatro, hago literatura. Diría que al teatro lo hace quien lee lo que escribo. El otro tiene la posibilidad de imaginar la escena e incluso de llevarla a cabo. Yo hago literatura y quien lee, lee teatro, así que juntos hacemos algo así como teatro literario o literatura teatralizada. Y la música está atravesándonos a ambos, implicándonos lingüísticamente con supremacía. En la literatura y en el teatro hay música escondida. Hay entonación. Hay modo. Hay sopranos y tenores. Hay timbres de materialidades diversas. Hay rittardando y accelerando, calderones y corcheas, da capo, forte, mezzoforte y fortissimo. Hay silencios de blanca y de negra. Hay ligaduras, síncopas. Hay ritmo. Hay ruido también, que es aquello que escapa a lo tono modal, a lo que consideramos bello por ser armónico y tener funciones estructurales. Esto sucede en cualquier lengua. Por ello, todo teatro puede leerse en clave de música. He aquí su implicancia en mi escritura. Imaginen que podemos adjuntar a una dramaturgia teatral una partitura musical sobre cómo entonar e interpretar esas palabras y esas intenciones con una precisión majestuosa. El sistema de escritura musical es una herramienta valiosa que se debe continuar investigando para complementar otras áreas del arte y la ciencia. Mi tema de tesis doctoral tiene como objetivo esto: utilizar la escritura musical para transcribir teatro, sirviendo como sistema de registro, documentación y también como herramienta para la dirección, la técnica y la interpretación. El sistema nos permite no sólo componer teatro de una manera experimental sino también sacar datos muy precisos (en términos físicos) sobre lo que ha ocurrido en una escena. Mezclando partitura musical, con sistemas de medición provenientes de la arquitectura y algo de Labanotación, diseñamos un registro de lo que sucedió en una escena performática filmada, teniendo en cuenta las variables de tiempo, espacio y cuerpo. A este método le he llamado Sistema Alquímico Frankensteiniano, puesto a prueba en mi tesis de Especialización en estudios de Performance. Para mi tesis doctoral me gustaría ponerlo a prueba tomando como corpus un gol de Messi: Imaginen qué bella partitura. ¡Imaginen si la pudiéramos interpretar!
−¿Qué es un maestro? ¿Tenés o tuviste alguno en tu formación?
−Un maestro es alguien que promete mejorar la calidad de tu vida si pasás tiempo con él. Es alguien de quien te enamorás, también. Si no te enamorás no aceptás la segunda cita. No le decís “maestro”. Le decís “amigo” o “profe” o “señorita, ¿cómo le va?”. Algo de romántico siempre debe haber. De admiración. Y claro que también he caído en la trampa. Es placentero recorrer la vida con ellos. Maestros espirituales y maestros de la comunicación, particularmente. Así aprendemos a dignificar la soledad tanto como la buena compañía, respectivamente. Gracias a ellos creemos en algo y logramos tomar postura ante ciertos temas. Hubo una vez un tipo que me enseñó a respirar y a tomar agua y me cobró por eso. Otros se empeñaron mucho para transmitirme el lenguaje teatral y el musical, el literario y la danza, la arquitectura, el idioma italiano, portugués, inglés, la pintura, el collage, la edición, el montaje, la fotografía, el cine. Todos estos códigos adquiridos, estos sistemas semióticos, estas nomenclaturas, fueron aprendidas gracias a maestros de envergadura, especialistas en metodologías y expertos en apologías de la Verdad. Ninguna de las intrincadas combinaciones que he hecho de estos mil romances me ha salvado de la incomunicación. Maestros y lenguajes, si querés, que son la misma cosa, me rodean coquetamente y me seducen prometiendo la Inmortalidad: el único verdadero anhelo humano, motor de cualquier acción. Comunicación e inmortalidad: fantasía erótica suprema en el cerebro de un Artista. O en el de cualquier Maestro, que es lo mismo que decir Artista, que es lo mismo que decir Lenguaje. Y cierro con un cliché por demás cierto: el gran maestro es el tiempo.
– Antes de ponerte a trabajar en una canción o en una obra de teatro, ¿cómo nace esa forma?
-Soy consciente de que al componer o escribir estoy dándole forma a algo que es de naturaleza informal o deforme. Podría ser una corriente eléctrica o un cúmulo de agua que baja con fuerza desde alguna pendiente que desconozco. Mi trabajo como compositora o dramaturga es conducir esa electricidad fabricando los cables de descarga o los diques para encauzar ese cúmulo de agua. Es encriptación de cierto modo. Por suerte aparecerán los espectadores, los lectores, la audiencia, que serán los encargados de liberar estas estructuras con sus reinterpretaciones. Nace en lo deforme y viene hacia lo formal para devenir nuevamente deforme en el otro. Si el otro intenta hablar de ello entonces volverá a encriptarlo. Muchas veces yo soy el otro. Entonces recibo la corriente o el agua mediante diques y cables y me quedo allí inmóvil, gozando de la entelequia de lo vivido, con la sensación de haber llegado a la fuente si el artista es eficiente. Otras lo escribo y describo y lo manoseo porque me tienta la estética alquímica que el arte convida con sus mil artilugios. Pero es cierto que no elijo formalizar cualquier corriente deforme. Me convocan aquellas que tienen potencial sanador. O las que hablan de cosas pequeñas y cotidianas. O las que penetran punzantes sobre instituciones como la salud, la ciencia, el amor o la familia.