Cuando algún “Maestro de teatro” decide dejar constancia de su práctica, su pensamiento y su experiencia, lo hace, generalmente, bajo la modalidad del reportaje, el ensayo breve o el tratado. Publicaciones como Sacate la careta, de Alberto Ure o Cancha con niebla, de Ricardo Bartís podrían ser dos perfectos ejemplos de esto. De algún modo, es más importante la figura del emisor que el propio texto. Alejandro Catalán (actor, docente, director) en Actores sueltos intuye que su voz tiene que camuflarse para no reproducir una pedagogía donde el Maestro habla desde el Olimpo de las certezas escénicas. Catalán se monta en las estructuras de la ficción. Utilizando cinco avatares separados en el tiempo (del siglo III al XXI) y en la geografía, el corpus de su pensamiento no se agota en prescripciones talladas a fuego, sino que se desglosa en pequeños monólogos, una suerte de Los cuentos de Canterbury de Chaucer.
El sentido ¿único? a través de lo múltiple. La personalidad que abre Actores sueltos es Kazuma, actor y director perteneciente a la corriente del teatro Noh japonés en el remoto siglo XVII. En esas primeras páginas abrigadas de silencio, las sentencias del creador oriental se revelan como oraculares: “Llevamos en el cuerpo nuestra mentira y la del mundo. Que la actuación sea el ensayo de la honestidad”. Retrocediendo varios siglos nos encontramos con el actor romano San Ginés de Roma sosteniendo un diálogo personal con Dios antes de ser decapitado debido a su “herejía perfomática” dentro de la representación de un bautismo. Sigue el director cinematográfico Peter Sagliatti desde la fatua Nueva York y Theodor Solovióv, director bolchevique que fuera ajusticiado por el propio partido (cuesta adentrarse en este fragmento sin evocar el monólogo final de Variaciones Meyerhold, de Eduardo Pavlovsky, donde la luz se extinguía como la vida del propio director). Finalmente, llegamos a Alejandro Urdapilleta, quien parece ser un referente muy próximo para el autor. A través de fragmentos periodísticos y audiovisuales, se reconstruye el pensamiento vivo del actor que siempre será ese ícono del under de los 80s. Las respuestas de Urdapilleta dejan al lector una resonancia nostálgica, de un tiempo donde actuar soólo significaba estar juntos, siendo “la obra” un posible saldo de esa vincularidad.
En un período de mercantilización total, donde el sujeto es (re) producido como consumidor hasta de sus propias emociones, Actores sueltos puede leerse como una oposición romántica donde se intenta resguardar el espíritu trascendente de la actuación. Sin embargo, Catalán, consciente o no, propone una actuación materialista, una actuación que no desarrolla Iideas abstractas (y externas), sino que busca producir una afectación particular entre los cuerpos concretos; esta afectación luego devendrá en formas sensibles, o sea, materiales. Sin la captura de la eficiencia, del productivismo y de las estructuras de montaje habituales del teatro, el actor se vuelve autoconsciente de su propia potencia. “Más que tu personaje o la obra, actuarás la razón por la que actúas”, sintetiza Kazuma.
Finalmente, Actores sueltos, no es una síntesis de la experiencia ni un manual de prescripciones de Alejandro Catalán como docente, más bien se inscribe en los parámetros de la ficción donde seguimos el recorrido de la actuación como personaje inmortal a través de los siglos: una práctica que podría servir como refugio para los momentos oscuros.
Sobre Alejandro Catalán
Actor, director y profesor teatral. Se formó actoralmente con Ricardo Bartis, y estudió dramaturgia con Mauricio Kartun. También se formó en el Taller de Teatro de Objetos con Daniel Veronese y Ana Alvarado. Asimismo, cursó estudios de filosofía griega con Santiago Kovadloff. El estudio/taller que coordina desde el año 1999 es un referente ineludible del espectro formativo de Buenos Aires. Su prestigio se asienta en la particular manera de abordar el trabajo actoral. En sus clases o en sus obras la actuación es asumida y afirmada con un nivel de protagonismo y despliegue infrecuente.
